Puentes y hospitales en el Camino de Santiago

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El auge de las peregrinaciones a Santiago, a partir del siglo XII, traerá consigo la creación de un importante entramado de infraestructuras a lo largo de toda la Ruta Jacobea, cuyo objetivo será hacer más cómodo el trayecto a los romeros.

Entre las iniciativas de equipamiento del camino destaca la construcción de un buen número de puentes, bien de nueva planta o utilizando antiguas fábricas de piedra romanas. Estos puentes se suelen construir con un número impar de vanos, en una disposición intuitiva para que la mayor capacidad de desagüe se produzca en el centro del río. Por esta razón, la bóveda central es la de mayor abertura. Otro de los rasgos característicos de estos puentes medievales es el perfil de lomo de asno, acentuado aún más cuando la bóveda intermedia se construye apuntada.

Otra de esas iniciativas de equipamiento la encontramos en la serie de albergues, hospicios y hospitales que atendían las necesidades básicas de los peregrinos. En ellos se les ofrecía un mínimo de atenciones: lecho, sal, agua y lumbre por una noche. Los más importantes acogían a los viajeros hasta tres días, ofreciéndoles comida en abundancia, baños e incluso asistentes políglotas. A lo largo de la Edad Media fueron diversos los estamentos sociales que fundaron hospitales a lo largo de la Ruta. Las órdenes monásticas serán las máximas impulsoras de la asistencia hospitalaria, pero los obispos y los monarcas no quedaron a la zaga.

De esta manera, el largo viaje que llevaba a los peregrinos hasta Santiago de Compostela se hacía algo más llevadero, aunque, no olvidemos, “el Camino es el repudio del vicio, la mortificación de la carne y el incremento de la virtud”.

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