Desaparece la huerta tradicional para consumo propio, incluso para la explotación comercial: ya no estamos para ser labradores y menos en tierra de minifundio como esta El super es mucho más cómodo, aunque los sabores pierdan intensidad y las texturas degeneren. La huerta requiere un oficio y una dedicación de tiempo y trabajo, imposible de rentabilizar. Todo es hoy mas difícil. No hay estiercol de vaca, porque ya no hay vacas en las Rías Baixas, y se hace difícil darle a la tierra abono orgánico. Mis vecinos, a los que ya hace años que la edad les obligó a vender su última vaca, optaron por mantener el cerdo como recurso para conseguir el estiércol necesario; los jamones y el tocino son secundarios. A pesar de que eso les obliga a generar más productos en el campo para alimentar al animal y a ir al monte a por lo necesario para su cama. También es parte del proceso de mantenimiento de la huerta, un trabajo que hay que hacer al margen de cavar, regar o quitar las malas hierbas. Un esfuerzo al que es imposible ponerle precio, pero que compensan los guisantes de la señora Celina, con su sabor y su textura.
Cada año cuando empezamos a lamentar el fin de las verduras de invierno, vienen a consolarnos as pataquiñas novas, las lechugas y en seguida estos guisantes tan tiernos y sabrosos. Ay! Cuando estamos acabando de despedirnos, adiós grelos, adiós asas de cántaro, adiós repollos y navicols. Enseguida nos ponemos con la fiesta de la bienvenida, celebrando la llegada de las patatas recién levantadas y de los primeros guisantes de la temporada. Las patatas aun duran pero el momento de los guisantes se hace breve.
No hace mucho que celebramos en familia la primera recogida de guisantes de la señora Celina y ya estamos diciéndoles adiós. Nos los comimos guisados con patatas nuevas, huevos cocidos, también caseros, y torreznos del cerdo que nos dejó por San Martiño, después de haber generado el suficiente abono para la huerta. Menuda fiesta! Lástima que el pan para el festejo no era de Lalín.
Adiós guisantes, adiós. Os recordamos aunque apenas ya sin dolor, pues las judías verdes ya están tiernas y resultan un agradable consuelo.
Adolfo Gondulfes