Malditas vieiras
Hace tiempo que he apeado a la vieira gallega de mis menús, ya no la como. Lo lamento por los mariscadores porque pierden uno de sus productos y lo lamento por mi, porque la vieira era uno de mis platos favoritos. Acompañada de cebolla, que había que dorar previamente, y cubierta de pan rallado, bastaba ponerla al horno para disfrutarla como un manjar exquisito. Receta fácil y simple que pocos restauradores siguen. Lástima! Me he quedado sin vieiras. Y no soy el único que ha adoptado esta decisión como prevención y como protesta. Es verdad que soy un poco hipocondríaco pero también es cierto que cada vez se justifican más los temores y dudas sobre las vieiras que sirven en los restaurantes. Algunos mariscadores y restauradores, que hay que tratar de criminales, no tienen el menor reparo en envenenarnos lentamente por menos de veinte euros por pieza. Miserables! Hay que condenarlos dos veces, una por malhechores y otra por hacer incomestible a la vieira. Y aun habría que añadir una tercera condena, por hacerlo por tan bajo beneficio. Qué poco valor dan a nuestra salud!.
En cuanto a dejarlas de comer como protesta lo hago porque así deja de ser una determinación exagerada. Una vieira bien preparada, aún cargadita de toxinas, todavía sería una tentación. Y como el mal es a largo plazo, si te la sirven bien y en buena compañía… solo cabría oponerle la antigua jaculatoria: te perdono el mal que me haces por lo bien que me sabes. Y me la zamparía. Pero al darle un sentido de protesta, mi decisión toma más fuerza, más convicción, y me ayuda a mantenerla. Me privo de la vieira y por cada vez que las rechazo vayan cien patadas –figuradas- en los culos de las autoridades pertinentes hasta que griten: Malditas Vieiras! Las de Medioambiente, las de Pesca, las de Turismo, las sanitarias, se lo merecen por su dejadez, por su inoperancia, por su inutilidad. Porque hay que protestar porque la vieira enferma sea capaz de llegar a la mesa de un restaurante y también porque la enfermedad que contrajo, su persistencia y duración, está de manera muy directa ligada a la contaminación de nuestras ¿podridas? rías y al cambio climático.
Adolfo Gondulfes