Día 20 de diciembre 2012
Viaje en trenes. El primero me dio un susto. Me puse a leer el libro de instrucciones de la cámara que me llevo, asunto en el que se necesita toda la capacidad de concentración y no llega, y se me pasó el tiempo de espera. Cuando me di cuenta el tren a Santiago estaba en la estación y yo en la cafetería, con la consumición sin pagar y la mochila abierta. Había llegado con siete minutos de adelanto. Solo fue un susto. En Santiago me subí al Alvia que es el nuevo tren que nos lleva a Madrid en cinco horas y cuarenta minutos. Lamenté que no tuviera enchufes para recargar baterías y que dispusiera de una cafetería con tantas limitaciones. En un vaso de plástico, tamaño taza de café, me tuve que tomar la lata de Zero por la que pagué 1,90 euros. Mas caras resultaron las galletas. Un paquete de seis Oreo, 2,20 Euros. Y además resultan empalagosas. Había poco donde elegir para matar el hambre. En la cafetería de la estación de Santiago no toméis nunca nada. Todo está mal. Hasta el pan, que lo ponen descolorido. Todo está mal y además, aprovechando que estás de paso, te cobran lo que les apetece sin tiket ni explicaciones. Lo que pagué no coincidía con los precios que anunciaban. Me dio pereza decirle que sumara de nuevo el precio de las consumiciones. Me imaginé discutiendo si siete y cuatro suman once o doce con cuarenta y cinco. Se nota que me voy para la penuria que ando muy mirado con los dineros.
Comprobado, soy un descerebrado. Estoy de camino y no tengo ninguna dirección, ni teléfono. Ni siquiera el nombre de la ONG en la que trabaja Javier. Solo se que la fundó Einstein. Me di de alta en la página del Ministerio de Asuntos Exteriores, no leerla que acojona un poco, y cuando me piden cómo ponerse en contacto conmigo, me di cuenta que no podía decirles nada. Ya está enviado un email a Javier para que me envíe todos los datos. Parezco un turista accidental. Lo soy. La razón está en que estos días debo de tener la cabeza en otra cosa, no se me ocurre otra disculpa, y lo del viaje se va organizando un poco a su aire. Esta misma mañana he tenido que patearme los bancos de Pontevedra para conseguir los dólares con qué pagar el visado de entrada en Etiopía. En todas las oficinas me decían lo mismo, hay que solicitarlos un día antes, por lo menos. En el Santander, amablemente, me dieron cincuenta por treinta y nueve euros. No les importó que no tuviera cuenta allí. Debería de haber echado cuentas. Esa es una casa grande. Me atendió una ejecutiva guapísima, que no se inmutó cuando le respondí que no a su pregunta de si era cliente. En el BBVA un cajero triste y mal encarado me dijo que no tenían y que además estaba prohibido darlos. Ni le expliqué que estaba dispuesto a cambiarlos por euros, en el porcentaje que le pareciera bien. Para qué.. Miré mi reflejo en la puerta de salida y me vi bien. Di por sentado que su cabreo no iba conmigo. Pero a lo mejor si, a mucha gente le enfada que le pidan cosas que no pueden dar.
He seguido leyendo algo sobre Etiopía, documentándome un poquito. Bueno lo suficiente para no preguntar por Haile Selassie. Ah! Si. Me dijo un camarero jubilado de Santiago con el que me encontré en la estación. El hijoputa aquel que había dado un fiestón de la ostia mientras se iban muriendo de hambre los súbditos, hasta quinientos mil la palmaron entonces. Y te acuerdas, le dije piropeándole su memoria. En el 74 – siguió diciendo- cayó el hijoputa , el Ras Tafari Makonnen, el Mesías Negro, hay que joderse; por eso a mi nunca me gustó Bob Marley. Y tu qué eras, camarero en la Facultad de Historia? le pregunté. Que che dean, me dijo. Y se marchó. Me quedé acojonado. Fue entonces cuando le pedí la cuenta a la chica del bar de la estación. Avisaban que estaba abierto el chequeo de acceso al tren de Madrid.
Cinco horas y cuarenta minutos después, en Chamartín me tocó un taxista que no escuchaba la Cope y quedé con él para mañana, para que me acerque a la terminal uno de Barajas. Hace usted bien, me dijo. Mañana hay huelga de transportes públicos. Intercambiamos los móviles y me fui a cenar con David.
Día 21 de diciembre 2012
Hice como siempre. Me levanté temprano y me fui a desayunar a la calle. Leí el periódico y volví a enamorarme de Helen Hunt. Siempre está ahí pero la veo tan poco que me olvido. El País la traía en la primera página de la revista OnMadrid que reparte los viernes en la capital. Está hermosa. Las noticias del periódico también me animaron. Parece que empezamos a ponernos de pié. Los directivos de 118 ambulatorios madrileños han firmado su renuncia, que harán efectiva cuando se convoque el concurso de privatización de la sanidad madrileña. En Etiopía destinan el 4% del Producto Interior Bruto a sanidad, en España algo mas del 9% y en Alemania supera el 11%.
Sigo leyendo y el espíritu se me enaltece con Hollande que ha reconocido en Argelia los sufrimientos generados por la colonización francesa. Y una alegría mas, multan con 119 millones de euros a las compañías de teléfonos por los precios abusivos de los SMS.
Y hay una página que parece escrita para mi, que me voy al mundo del hambre y la pobreza. Las ONGs denuncian la disminución de la Ayuda Oficial al Desarrollo, ADO, en los presupuestos de este próximo ejercicio. Estará a niveles de 1981, en el 0,2% de la renta nacional bruta, cuando debería estar en el 0,7% para cumplir con lo requerido por la ONU. El hachazo ha sido de un 70% desde el 2009. Las cifras de la ayuda humanitaria son todavía mas escandalosas. En los presupuestos del año 2010 se destinaba a ayuda humanitaria 127,5 millones, en los del 2013 serán tan solo 12,3 millones. Ahora si que los recortes costarán vidas directamente.
El taxista que no escuchaba la Cope cumplió. A las once en punto acudía a buscarme y en poco menos de 20 minutos me dejaba en la terminal uno de Barajas, sin que notásemos en nada la huelga del transporte público. O sí, no había autobuses y circulábamos mejor. A las doce ya había facturado y pasado los scanners de seguridad y todavía me quedaban tres largas horas hasta que anunciaran el retraso indefinido del vuelo de la compañía Egytair con destino a El Cairo.
Pero la primera sorpresa no fue el retraso del vuelo sino el que todas las cafeterías y restaurantes del aeropuerto estuvieran cerradas. Había huelga. Nada que objetar . En la tienda del duty free me hice con una bolsa de regañá, que son esos panes como onzas aplastadas y crugientes, y con una tableta de chocolate sin azúcares añadidos de marca Torras.
Pero no quiero quejarme, pero el avión olía mal. Íbamos muchos. Era un aparato en el que antiguamente iban cinco asientos por fila y ahora han colocado seis. Todo muy ajustadito. Si hubieran quitado un poco de aire, nos hubieran transportado al vacio, como las bolsas de jamón de los super. Pero fue un buen vuelo. Incómodo pero bueno. No se movió, lo que me liberó, que iba en ventanilla, de observar si el ala corría riesgo de romperse, se incendiaba el motor de mi lado o se veía correr aceite por el fuselaje. Es verdad que hay una posibilidad entre mil millones pero también toca la primitiva, el euromillón y la lotería todas las semanas. La tranquilidad del vuelo me evito ese trabajo extra. Por lo demás bien. El hombre que iba a mi lado resultó ser una persona muy amable. Me enseñó a decir gracias, se dice algo así como dina sa. Tampoco os fieis. Mi oído no es bueno, llega incluso a garrafal. Y, además, tuve que quitarme el sonetone porque vi que aparecía en las pantallas donde indican como ponerse el salvavidas, la cámara de oxígeno y los cinturones de seguridad. Como no entendí nada, opté por quitarme el aparto y guardarlo. Ignoro las razones.
Después de un largo tiempo, mi compañero de asiento se levantó. Juraría que fue a lavarse las manos, a hacer sus abluciones, porque al regresar sacó el reloj del bolsillo y volvió a colocárselo en la muñeca. En seguida se sentó y se puso a rezar. Que bien, pensé, van a traernos la comida. Aunque pensé que era una hora extraña, las cinco de la tarde. Nos trajeron los periódicos. Eché una ojeada y había mas hombres rezando. Se inclinan mucho y mueven los labios. No les debe valer pensar las oraciones. Su dios también se habría sacado el sonotone. Eché mano de mis reganas de y mi tableta Torras y le ofreci un poco; pero sin verme se inclinó de nuevo sobre el asiento de delante y volvió a sus rezos. Estará implorando que nos traigan la comida. Me pareció bien. Pero pasado otro largo tiempo y en vista de que por allí no pasaba nadie y como ya estaba harto de las regañás y del chocolate derretido, saqué mi última Pink Lady de la mochila y empecé a comérmela. Y al segundo mordisco se abrieron las cortinas de primera clase y aparecieron las azafatas con el carrito de la comida. Guardé la manzana en su bolsa y le agradecí a mi compañero de viaje sus rezos. Pero no me hizo caso, seguía rezando. Fue solo un instante pero me alegré de ser el dueño de la mochila que iba en el suelo. Veo demasiadas series de HBO. Etiopia me curara.
La comida ayudó a matar el tiempo. No se le pide mas en los aviones. Por lo demás el viaje fue bien, por lo menos hasta las siete menos cuarto en que el reloj debió de pararse por lo menos tres o cuatro horas. Pero aun así a las 20.30, hora española estábamos en El Cairo. Con el tiempo justo de embarcar para Addis Ababa.