Diario de un viajero por Rodolfo Lueiro:destino Etiopía

Día 29 de diciembre 2012

Hoy tocó piscina.  El agua es verde y casi transparente, se ve hasta el tercer peldaño de la escalera lateral de aluminio y el cuarto se adivina en algún brillo que descarto que sea de un pez.  El cooperante está feliz.  No hay mejor regalo para él.  Nada mas llegar, nos dejó sentados, a Kayumi y a mi,  a la sombra de un emparrado de uralitas de colores y de tejas muy primitivas, y se fue al agua.  Nos separa una alambrada de corral de gallinas  y 40 birr, que es lo que cobran por utilizar esa zona.  Bueno y 12 birr mas si quieres una de las tumbonas que están a la sombra.

La piscina es grande  de unos diez por veinticinco metros, calculados a ojo.  Se están bañando doce personas.  Solo una mujer a la que espero que salga para ver en qué se baña.  Ni que decir tiene que el cooperante es el mas blanco y el mas gordo. Hace largos y cada vez que toca nuestra orilla nos llama para que le imitemos.  No comprende que prefiramos estar a la sombra bebiendo y comiendo.  Me explico.  Bebiendo una botella de un litro de agua cada uno y comiendo, yo solo un aceitoso trocito, una gigante imitación de donuts cubierto de chocolate.  Le ofrecí a la Kayu la posibilidad de pedir un plato de patatas fritas pero prefirió dejarlo para la comida.  La hora de la comida llegó en seguida, tan pronto liquidó el donuts.  Me hizo gracia pero dijo que aquí había que pedir las cosas con tiempo.

La mujer sale del agua y lleva un traje de baño entero con faldita en picos como los que cubrían el taparrabos de Tarzán, el primigenio, el  que acabó casado con la que hoy es Thisen.  La vueltas que hay que dar con la desmemoria.  Los hombres se bañan con trajes de baño de todos los formatos y colores.  Incluso hay uno que lleva unos calzones con los colores de la bandera del país.  Se llevan mucho.  Lo mismo están en las tapias que cierran una obra, que en los uniformes del colegio, que en la camiseta que en fiestas se pone el guarda de día de nuestra casa, que en los bañadores.  Esto de los símbolos patrios da para todo un tratado pero cuanto mas se utilizan menos tranquilo estoy.

Las patatas las trajeron al momento así que la chica y yo ya estamos comiendo mientras el bañista se resiste a salirse del agua.  Está feliz.  También le ayuda al hecho de que se me haya acabado la batería de la cámara.  Soy un analfabeto en cuestiones tecnológicas, ya quedó demostrado, y con la cámara todavía estoy en los palotes.  No se mirar la carga de batería que tiene, ni con el libro de instrucciones.

La última foto fue a los camellos que pasan por delante del cíber.  Esta vez solo iban dos.  Pero los tengo.  Ya veremos con qué calidad.  Oh! me doy cuenta ahora que detrás de la piscina hay una noria.  Tiene dieciséis cuenquitos en los que se sientan las personas, no creo que entren cuatro, calculo que como mucho tendrá veinte metros de altura.  Detrás hay unos montes por lo que la vista, desde lo alto, es exclusivamente para la ciudad. No es poco.  De aquí al otro extremo debe haber quince kilómetros..  Si hubiera traído la cámara subiría.

Por lo que pude ver desde el avión que nos trajo desde Adíss Abeba, esta región tiene pequeñas montañas y una meseta dura y amplia en la que se abren grietas por donde van los ríos, ahora pequeños hilos de agua, que llegan a formar valles como en el que está ubicada Dire Dawa.  Fuera de este valle en el que vivimos está la sabana que reverdece en época de lluvias y en donde debería de haber todo tipo de fauna africana, pero no queda nada.  Este es un país superpoblado con 92 millones de habitantes. Ya supera a Alemania en el último censo realizado por una institución americana.  Desde finales de los noventa creció un cincuenta por ciento, pasando de los sesenta a los 90 millones de habitantes.

La piscina es propiedad de una familia rica de Dire y funciona como un establecimiento de hostelería más, donde pagas por lo que consumes.  Tiene la noria, un bar restaurante, la piscina, un tiovivo y un cíber.  Ya dije que bañarse cuesta 40 birr, algo menos de dos euros, tres litros de gasolina de los de aquí o 40 bollitos de pan.  No se si es mucho.  Pero aquí viene poca gente.  Hoy es sábado la temperatura debe andar por los 30 grados y, hace un momento, estaban  tan solo 12 personas en el agua.

Pues aquí estamos disfrutando de un sábado etíope tipo clase media.  Baño en la piscina y comida en la terraza, dos platos de patatas y haber si acertamos con la pizza.  Unos privilegiados.

El cooperante vuelve y sale el tema del blog.  Siempre tiene algo que decir.  Me corrige lo que escribí sobre el palacio de Haile Salassie y me dice que lo anecdótico es que allí se hospedo Musolini, cuando vino de visita a ver el imperio que, por cierto, no le duró mas de un quinquenio. Y me insiste en que tengo  que fotografiar el palacio, que vaya por la parte del río que desde allí se puede.  Le digo que ya fui y que lo único que conseguí retratar fueron unos cuarenta halcones, grandes como gallinas, posados en un árbol seco.  Serán la herencia de Musolini, concluyo.   Es que es una pena, sigue corrigiéndome , que no incluyas mas datos históricos.  Ya, le digo.  Si tuviera internet..

.Después de la impresión que uno se lleva en los primeros días, la imagen de la ciudad se va perfilando.  Los barrios van dando el nivel de sus habitantes y aprendes a ir distinguiendo a un miserable de un pobre y a un pobre de un ciudadano con escasos recursos y a este del resto.  Así que sin acceso a los números del Instituto Nacional de Estadística, que no se si aquí existe, me atrevo a a dar dos definiciones de los habitantes de Dire Wara. 

En lo mas bajo del escalafón están los tirados, esos que no sabes si ya están muertos.  Después vienen los que piden limosna, que hay varios tipos, sobre todo mujeres ancianas, madres con niños y los que tienen alguna limitación física y mucho espíritu de combate, los que no lo tienen ya no están.  A continuación los que viven en las chabolas y que se dedican al pastoreo, a buscar retamas y palos para venderlos como madera y al reciclaje  de lo que no sirve para nada,  a lo que consiguen darle una utilidad inimaginable. Ejemplo, botellas de agua vacías, depósitos de todo tipo de líquidos, botes de lata que se transforman en huchas, etc, etc.  Y que después venden a comerciantes que junto a otros productos se los acaban vendiendo a toda la sociedad. Y en el siguiente peldaño están los chabolistas que se dedican a la hostelería.  Esos son los que ponen su hornillo en las aceras o al amparo de unas ramas y allí con cinco latas montan una terraza y sirven una especie de creps y café o té por cinco birr, que se lo sirven a los que no tienen doce birr para tomarse una pizza y un café en el Elga,  y a personas como yo a los que le gusta infinitamente mas esa masa estirada sobre una tabla al borde de la tierra que la que llaman de pizza.  A partir de ahí ya viene toda una larga escala en que cada peldaño se asciende por tener mil birr (40 casi 50 euros) mas al mes. Y donde nunca se llega ni a desahogado.

Esta mañana en el ciber tuve que hacer cola.  Es sábado  y estaban todos los chicos y chicas del barrio poniéndose al día de lo que hay por el mundo.  Me imagino que se escandalizarán de los precios que tiene todo.  Pienso que no es un país fuera del mundo sino situado en la cola, pero consciente de lo que hay en los vagones de primera clase.  De alguna manera internet y las televisiones, aquí hay parabólicas hasta en muchas  chabolas, nos igualan a todos.  Y el inglés es una segunda lengua muy extendida.  A partir de séptimo grado es la única lengua en que se dan las clases. También es verdad que  están muy lejos del acceso general a la educación y que en el país vive gran número de habitantes en la ignorancia mas primitiva.  Posiblemente sin salir de Dire Dawa podríamos viajar del siglo X al XXI.

Ya estamos en casa de retirada.  Por la tarde Javier y yo cogimos la carretera de DJybuti y en menos de diez kilómetros estábamos ya en la sabana.  Dejamos atrás una serie de naves abandonadas y fuimos viendo como se deterioraba el paisaje urbano.  Primero chabolas y después cabañas.  Unos niños bebían agua en una charca que se había formado al lado de la carretera, un centenar de metros antes donde unos hombres limpiaban el arcén vigilados por hombres armados.  Un poco más allá un letrero anunciaba la entrada  en la cárcel de Dire Dawa. Enfrente un mono estaba encaramado en un muro.  Pasamos de largo,  a la derecha unas naves de distribución de alimentos de la ONU  y de repente… la carretera se hizo polvo.  Subimos las ventanillas y seguimos  unos kilómetros mas adelante  el cooperante empezó a preocuparse.  No estaba seguro de a donde íbamos y se le empezaron a encender todas las alarmas.  Creo que debemos de dar la vuelta, dijo.  Yo traté de animarle a seguir porque me parecía ver unas casas en el horizonte.  Por lo demás no me intranquilizaba nada, todo era de color ocre, todo cubierto de polvo empobreciendo los verdes.  Eso me parecía lo peor.  Javier insitía en que nos volviéramos y empezó a darme datos de la situación  que estaba atravesando el país y sus problemas políticos y militares con algunos de sus vecinos y con grupos terroristas.  Nos dimos la vuelta.  Y se reafirmó en sus temores cuando nos cruzamos con unos marines norteamericanos.

Intentamos una segunda salida de Dire Dawa por el camino que iba más allá del barrio comercial donde yo me había comprado un móvil,  se repitió el deterioro urbano y seguimos una carreta entre plantaciones de frutales hasta que nos frenó la precaución ante un palo casi vertical y una cuerda que interpretamos como un barrera levantada.  Resultaba extraño que una carretera asfaltada no llevara a ninguna parte cuando la de Djybuti era de tierra durante cuatrocientos kilómetros. Cien metros mas adelante había un hombre y dijo que si, que podíamos seguir sin problema… para dar la vuelta veinte metros mas adelante.  Estaba con un palo largo vareando un árbol a un lado de la carretera que ya  vimos que terminaba en unas naves.  Enfrente al hombre había una garita junto a un portalón al que no se podía acceder sin pasar por encima de la cama que aquel hombre había instalado delante.  En el portalón de una casa de Vilanova de Arousa  desaniman a los intrusos con un cartel: Ollo co can, ten mala ostia.  Aquí, por lo que se ve, se dan media vuelta antes de perturbar el sueño de un hombre.

La tercera carretera que cogimos nos llevó durante quince kilómetros tragando polvo, pese a llevar las ventanillas cerradas, y dando saltos hasta temer por el descoyunte del esqueleto.  Para colmo, entre las nubes de polvo que levantaban unos camiones,  unos soldados nos salieron al paso y nos mandaron parar, o eso entendimos.  Iban desarmados y solo querían que los llevásemos.  Mira que si ahora sacan el cuchillo y nos degüellan, le dije al cooperante.  Joder! creí que estaban armados.  Y yo, le dije, sino les hubiera hecho una foto.  En el primer pueblo se bajaron y nosotros nos dimos la vuelta, antes sobre la marcha hice unas fotos que no reflejan para nada su pobreza.  Nuestro barrio es la Quinta Avenida comparado con esto.  Unos niños jugaban al balón con los restos de una pelota.  Los niños juegan con todo, pero en ese momento jugaban con ese trozo de goma y era lo que correspondía. Una pelota resultaría un exceso, un lujo fuera de tono.

En el regreso cogimos a dos viejos que encontramos en el camino y los dejamos en el recurrente mercado de Zeido, donde  yo me compré un kilo de plátanos, un kilo de naranjas que aquí son verdes incluso cuando están maduras, unos mangos y dos chirimoyas muy maduritas.  Casi un pecado. Ah! Y la frutera, que es como una de esas mujeres que sale en las fotos de tantos colores, me hizo la cuenta en el teléfono móvil.  Pasmaos!

Antes de volver a casa y que cayera la noche me acerqué a la piscina para hacerle una foto al tío vivo.  Y ya en casa, cuando estoy cerrando esta crónica decido robarle a Kayumi unos dibujos de su diario.

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