Diario de un viajero por Rodolfo Lueiro:destino Etiopía

Día 3 de enero del 2013

Estamos en Gondar, llegamos bien, sin problemas después de tres horas de viaje en una furgoneta.  Seguimos en racha y nos hospedamos en un buen y barato hotel en el mismo centro de la ciudad,  en la Piazza,  que así les llaman a las plazas los etiopies.  Herencia italiana.

Lo de llegar a Gondar a la primera y sin problemas es para nota, no creáis.  No es tan fácil acertar con una furgoneta que no se quede tirada en el camino, incluso a veces tampoco es fácil acertar con una que no te estafe o te lleve a otro lugar.

Esta misma mañana, cuando estábamos todavía en la habitación del Hotel de Bahir Dar no teníamos el programa decidido.  Teníamos dos opciones irnos con el hombre alto de Sudán a ver las cataratas del Nilo y después venirnos a Gondar en un viaje organizado por el tipo que nos cobró 1.400 bir por ir a las islas, o   buscarnos la vida por nuestra cuenta en plan etíope.  Tu qué quieres hacer, a mi me da igual, y tu, yo lo que tu quieras, no, decídelo tu. Bueno, vamos bajando y en el holl lo decidimos.  Vale.  Si vamos con el sudanés nos va a salir en unos 2.400 bir ir a Gondar y a las cataratas.  Si nos vamos nosotros a Gondar y a las cataratas vamos el sábado, nos va a salir por doscientos birr.  Todo?  no, ir a Gondar.  Bueno, pues tu dirás.  Y así media hora, hasta que de repente estábamos preguntándole al de recepción donde estaba la estación de autobuses.

Vamos en bus?, pregunté.  No en microbús, dijo Javier.  Y empezamos a andar cargados cada uno con su mochila y yo, además con la cámara, pues a la ciudad de Bahir Dar apenas le había hecho fotos.  Me retrasé dos o tres veces, pero lo cogí en un salto pero ya vi que se empezaba a poner nervioso.  Cada vez había mas gente en la calle y en las aceras, por momentos, nos era complicado andar con las mochilas en la espalda.  Hice una foto más.  Y el cooperante ya me puso condiciones.  Ahora, me dijo, se va a enrarecer el ambiente bastante, así que te pido por favor que andes a prisa y no te pares por nada ni con nadie, aunque veas un tiburón en la calle, no te pares.  Por favor.  Vi cuatro, pero solo le disparé a uno, fui incapaz de contenerme.  Era una chica limpiabotas, la primera que veía en Etiopía y le estaba lavando con agua y jabón los zapatos a un cliente.  Me hubiera quedado hasta el final; pero, evidentemente, no pude.  Ya había arriesgado bastante.

En el fondo tenía razón el cooperante, éramos dos marcianos en el medio de una feria de gente y cada dos metros se nos acerca un tío a proponernos algo.  Y nosotros a paso apurado como si supiéramos a donde íbamos.  Y cada cien o doscientos pasos parada rápida para preguntar por la estación de autobuses.  Bien, ya la habíamos visto.  Estábamos en la puerta de la estación y un joven amable nos preguntó a donde íbamos, A Gondar, le dijimos, y nos hizo señas de que le acompañáramos.  Nos sacó de la estación y empezamos a caminar detrás de él.  A los cincuenta metros ya teníamos dudas de nuestro destino así que nos dimos la vuelta  y nos dirigimos de nuevo a la estación.  Viste? ese ya nos metía en todo terreno y sabe dios a donde íbamos.  No te pares.

La estación de autobuses es como las otras estaciones que vi en Etiopía, un rectángulo de tierra  abarrotadísimo de gente, de la que una poca busca una plaza a la que subirse para ir a su destino, y el resto pulula en busca de clientes para ir llenando los autobuses y furgonetas que están por allí aparcados.  No hay un puesto de información, ni hay pantallas con salidas y llegadas, ni letreros , ni papeles, ni notas, ni empresas, ni guardias.  Tu entras en el recinto y  a cada paso se te acerca alguien que te pregunta a dónde vas.  Tu lo dices y te dicen que sigas, hasta que llega alguien que tiene de mano una furgoneta que va a tu destino.  Entonces, la ves, la miras, la calibras, miras los asientos libres  y si te parece que es la mejor te subes.  Nosotros hicimos así y nos subimos a una que ya tenía los siete asientos primeros cubiertos, incluido el del chófer.  Así que nos sentamos en la tercera fila, a mi me tocó al lado de la puerta.  No estaba mal aunque como llevaba mi mochila íbamos un poco incómodos.   Javier entregó su mochila para que la subieran a la baca, para que la ataran en la parte de arriba de la furgoneta.  Y nos sentamos a esperar.  Todavía faltaban  siete viajeros más para que pudiéramos partir.  Mientras esperábamos me fui por la estación a hacer fotos.  A la vuelta me di cuenta de que la mochila de Javier no estaba encima de la furgoneta, se lo dije y creyó que estaba de broma.  Le insistí y  se bajó Javier y preguntamos por la mochila y todos se reían.  Estaba claro, se la habían llevado.  Ni siquiera sabíamos a quien se la habíamos entregado para que la subiera.  Habíamos caído de pardillos.  ¿Estaban los pasaportes y los billetes?  No, la ropa y el ordenador pequeño Hasta que Javier reconoció al que le había cogido la mochila y fuimos por él.  Se partía de risa, la mochila había decidido cambiarla de lugar, estaba debajo de los últimos asientos.

Seguimos esperando.  Ya estábamos 15 y un niño como de seis años.  Y entre los quince una mujer de la India que chapurreaba algo de español, algo de amaharico y se defendía muy bien en inglés y con la que apenas hablamos.  Pensábamos que ya estábamos completos pero no,  Faltaban por cubrir dos bidones y una especia de bola de cuero.  Cuando empezamos el viaje ya éramos 19 y el niño de seis años que se había acomodado en el regazo de su padre.

Tres horas después llegamos a Gondar, la primera capital que tubo Etiopía.  El viaje precioso.  Ciento ochenta Kilómetros  en los que atravesamos dos valles, y unas pequeñas montañas que los separaban. Los dos valles eran muy similares, ambos conservaban todavía aldeas primitivas de casas circulares como pallozas.  Y en ambos la dedicación principal de sus habitantes era la ganadería.  Y en esta época del año la siega, que estaba recién hecha.  Había granjas con decenas de vacas y otras en que se veía a un niño o dos cuidando de cuatro o cinco.

En Gondar le dijimos al que hacía las veces de revisor que nos parasen en la Piazza. Y justo enfrente de la parada vimos un letrero en el tejado de un edificio con el nombre de un hotel.  Tuvimos suerte,  cogimos una habitación en el Quara Hotel    por 721 birr, unos 31 euros. Y con wifi.  Afortunados, porque justo en la parada, pero a nuestra espalda, estaba el Ethiopia Hotel que solo nos hubiera costado siete euros.  Menos mal que no lo vimos.

Comimos bien  Javier un poco de carne cubierta de mostaza y acompañada de un arroz amarillo y yo unos lomos de Tilapia, el pescado de agua dulce que hay por aquí, cuando lo hay, acompañado también del mismo arroz amarillo.  Y, además, pudimos pedir postre.  Los pedimos todos los que venían en la carta pero solo les quedaba zumo de naranja, plátano y unas tortitas con miel, que fue lo que pedimos.  Estamos engordando.

Hay dos razones para venir a Gondar.  Una es visitar los castillos y palacios de los emperadores que gobernaron Etiopía mientras esta ciudad fue la capital del país.   No fueron muchos años, de 1632 hasta 1769, que son los que se conocen como el “periodo Gondar”.  Existen , regularmente conservados, en lo alto de la ciudad todavía cuatro edificios mandados construir por los diferentes emperadores de esté periódo.  Es un conjunto arquitectónico que se encuentra protegido en un amplio espacio amurallado.  Desde hace unos años es Patrimonio de la Humanidad.  Es posible que para un europeo le resulte difícil valorarlo si no tiene en cuenta la región y el continente en el que está.

Fuera de este recinto amurallado está lo que se conoce como los baños de Fasiladas el Grande.  Una casa construida en el medio de un gran estanque y rodeada de unos árboles que posiblemente solo ellos justifiquen la visita a Gondar, Por lo menos para los amantes de la saga de El Señor de los Anillos.

Y esa es la segunda razón para visitar Gondar.  A Tolkien se le preguntó muchas veces por la relación de su obra con Etiopía y con esta región en concreto, pero él siempre negó que hubiese relación alguna.  Pero son muchas las coincidencias que algunos de sus admiradores dicen haber descubierto.  Será verdad o mentira, pero a mi los árboles que rodean la casa de baños de Fasiladas me hacen pensar en árboles encantados que están descansando a la orilla del estanque.  Y si visteis alguna película de la serie es posible que también a vosotros os recuerden a otros árboles que aparecen en ellas.

Por cierto, que en el viaje hasta la casa de baños de Fasiladas tuvimos el incidente del día.  A nuestro taxista lo paró un guardia que, después de quince minutos de discusión, acabó sacando una llave de tuercas y llevándose la matrícula de bajaj.  Por supuesto que nos pusimos de parte del taxista, por una vez.  Pero Javier no me dejó sacarle una foto al guardia para que vieseis como era, de película de Alberto sordi.  Claro que la mayoría de votros ya no sabeis quien era Alberto sordi.

Mañana nos vamos al monte a no se qué, la verdad.  Pero, a la vuelta espero estar menos cansado de lo que estoy ahora.

Noticias relaiconadas

La credencial del peregrino paso a paso

La Semana Santa en Galicia

Camino Francés: Etapa 9 de Logroño a Nájera