Lo que mas impresionó de todo este día fue encontrarme con una fábrica de alambradas de gallinero debajo de la ventana de la habitación. Y no porque estuviera en pleno centro, sino porque las hacían dos hombres a mano. Alambradas de artesanía.
Si tengo que hablar de los monasterios, de las islas, y de sus monjes y monjas, no tengo nada que decir. O nada bueno. Si uno va sin fe a ver esos centros de meditación y rezo, se viene confirmando que las religiones son una enfermedad del alma. Si, por el contrario, uno va con fe, lo que desea es echarlos a latigazos de los monasterios que un día debieron de ser hermosos y estar en un lugar cuidado y envidiable. Arrojarlos de las islas no por su espíritu comercial, pobres hombres, sino por su dejadez, su inmundicia, se incultura y su brutalidad. A mi me deprimieron estas islas del Lago Tana. Pero a Javier no. El vio todo lo contrario. Hombres y mujeres retirados a un lugar aislado, nunca mejor dicho, entregados a la soledad, al rezo y a la meditación en la pobreza más absoluta.
El lago es grande, interminable, inabarcable, para una canoa de papiro. para nuestras motoras incluso se hacía cansado hacia el final de la excursión Es como un mar con pequeñas olas y un agua marrón en la que flota una flora diminuta como polen. La que estudiábamos de pequeños, que daba riqueza al nilo. Hay bandadas de pelícanos, patos diminutos y otras aves que nunca habíamos visto, al menos yo. Y, por suerte, según dijeron los barqueros, hoy pudimos pasar navegando cerca de los hipopótamos, de una pequeña familia que estaba cerca de tierra y a tan solo unos dos kilómetros del atracadero de donde partimos.
Las islas son pequeñas, como la de Tambo, en Pontevedra, e igual de escarpadas, pero aquí cubiertas por una densa vegetación de muchos y grandes árboles. Yo creo que cualquiera de las islas, visitamos dos pero nos dijeron que todas eran similares, cabrían en la Plaza do Obradoiro. Un poco de agobio dan si pensamos que en ellas viven entre 20 y 150 personas permanentemente. Y qué manera de vivir. A mi me ha sorprendido iel estado de abandono a que han llegado, la dejadez, la aceptación que han hecho de la miseria. No parece razonable que personas dedicadas a la meditación y al rezo vivan en tal estado de abandono. Cuesta creer que la pobreza , la carencia total, genere ese desorden, esa inmundicia. Pero no puede haber otra causa. Es posible que todo sea fruto de la pobreza, que es cierto, no puede ser mayor. Pero me temo que ese empobrecimiento les haya afectado igualmente a su vida intelectual y espiritual, porque no es posible tal estado de abandono sino se ha perdido antes el sentido de la higiene, del orden y la armonía. Todo es allí profundamente miserable, dejado y sucio. No hay un solo gesto de superación, ningún esfuerzo de lucha, ni intelectual ni físico. Que palabras tan duras. Que barbaridades escribo pero es la impresión que me ha quedado tras la visita a esas islas. En ellas no he visto, ni nos han hablado de meditación, rezo, estudio, espiritualidad. Nos han enseñado las cosas antiguas que conservaban, como si fuera lo único de valor que había en la isla y, probablemente lo fuera.
En la primera isla todo había sido destruido hace un tiempo a causa del enfrentamiento entre cristianos y musulmanes. Es de suponer que fueron estos últimos los que arrasaron con la iglesia y los aposentos de los religiosos, dejando exclusivamente en pié un edificio tenebroso, de apenas cuarenta metros cuadrados y tres pequeñas y bajas estancias, que como prisión había mandado construir algún monarca de la dinastía Gondar que dominó Etiopía desde 1.630 hasta 1769.
Los edificios actuales o son chabolas de latas onduladas o son de bloque de cemento, para mayor miseria. Y como en todas las islas, la iglesia está en lo alto y las habitaciones, u otros habitáculos de diferente destino, están repartidos a lo largo del camino que asciende a la cúspide. En este islote viven monjas y monjes, veinte personas en total, e ignoro si hacen vida en comunidad o separados por sexos, pero aun queriendo resultaría difícil no relacionarse. Como en cada isla, tienen un atracadero hecho con piedras de origen volcánico, que en la actualidad se encuentra en un estado lamentable. Normal, para un país de tan exageradas necesidades. A dos metros del atracadero comienza un sendero que por un lado tiene el agua del lago y por el otro una empalizada de latones y maderas viejas, sobre las que arrumbada una canoa de papiro semi abandonada. A los pocos metros se abre una puerta en la que una monja medita en un cuartucho como una garita que tiene en la puerta como un expositor de souvenires, posiblemente de adorno o, a lo mejor, a la venta. Cuando entramos solo nos dijeron no hagáis fotos. Y a la vuelta no había nadie. Seguimos andando unos veinte pasos cuesta arriba y a la izquierda se abría un espacio, sin puerta, entre los latones por donde se veía a dos ancianos sentados en el suelo con un aspecto de estar esperando la muerte.
Mas arriba, ahora a unos cincuenta peldaños, anchos y pedregosos, a la izquierda, había una caseta de bloques de hormigón, con el hueco para una puerta y otro para una ventana. En el interior no había mas que suciedad y un jergón sobre el que difícilmente entraría un hombre de uno setenta y delgado. Caseto que se dedica a albergar a algún otro monje cuando viene a ver a los de esta isla, que ya son ganas, Y a la izquierda en la pendiente del terraplén, de nuevo chabolas de madera y hojalata.
Siguiendo cuesta arriba, en un recodo, se encuentra la biblioteca, el archivo y el museo, guardado todo por un monje joven que da a besar al visitante que quiera, la cruz casi cuadrada de la iglesia ortodoxa. En esta otra caseta, también de hormigón, hay unas dos docenas de libros antiguos, escritos en una lengua anterior –dijo el guía- al amaharico sobre en piel de cabritilla y cosidos a mano. Algunos incensiarios y alguna lámpara todo viejo y herrumbroso, junto a unas pinturas murales con algunos pasajes del viejo y nuevo testamento.
Arriba, en lo lato, un anciano leía un libro moviendo los labios, a la sombra de uno de esos árboles que se reproducen por todas las islas. Le pregunté si le valía una foto y me dijo que no, que tenía las gafas puestas. Me pareció un gesto de coquetería pero a lo mejor le entendí mal y simplemente quiso decir, ahora no, que estoy leyendo. Le hice la foto igual, sin que se diera cuenta, porque a mi no me parecía mal que estuviera leyendo y él no me había dicho que de fotos nada. Se la hice y me quedé tranquilo. Además después se prestó solícito a retratarse con migo en medio de su iglesia. Idea del cooperante en contra de mi voluntad. Una iglesia circular, a imitación de la primera que los cristianos construyeron en Etiopía, que fue la que visitamos en la segunda isla.
Entramos en la iglesia, para lo que tuvimos que descalzarnos, dejando muestra en una esterilla que los africanos van también en zapatillería muy por detrás del diseño europeo, y fotografiamos todo y con detalle, incluso a un sudanés que se unió a nosotros en la excursión y que a pesar de tener pinta de ex ministro golpista resultó ser un tío ameno, que no hacía mas que preguntar por donde estaban los nigh club. Iba en serio, se refería a los nigh club de la ciudad, pero hecha allí la pregunta a mi me resultaba estrafalaria, por lo menos.
Cuando bajábamos, todavía solo desconcertado con lo que me estaba encontrando, una monja, como una cocinera normal, salió de la empalizada de latón y maderas con una tartera y un cazo a servirnos maíz cocido en la mano. El sudanés, que era alto y ancho como un guardaespaldas, pasó de mancharse, pero Javier y yo hicimos como el guía y el otro turista que era también Etíope, y aceptamos la invitación. Grave error. Pues al probarlo ya me di cuenta que aquello podía sentarle a mi intestino como un laxante o como un astringente, pero mal seguro, así que le pregunté a Javier si quería doble ración. Y no solo no me dijo que no, sino que me advirtió que solo se podía tirar al agua. Lo que me faltaba, que ahora estuviera bendito y me cayeran mil maldiciones por no comérmelo. Corrí a la orilla y se lo tiré a los hopopótamos, aunque debían de andar a dos kilómetros, o mas.
Pasamos a la segunda isla de la que no salimos a tiros por puro milagro. La urbanización era del mismo estilo. Un camino desde el embarcadero hasta la cúspide donde se encontraba el templo, en este caso la iglesia más antigua de Etiopía y de una belleza armoniosa y tranquila, pero empobrecida, descuidada y sucia.
En esta segunda isla había una norma que fue la causa de una reyerta en la que incluso hubo más que palabras, bajo la amenaza presencial del fusil que portaba uno de los monjes con peor carácter, entre los muchos que había que eran mal encarados. En esta isla decidieron los monjes que, a partir de la puerta de acceso al camino empinado, las mujeres no podían pasar.
Pues cuando nosotros salíamos aparecieron los pasajeros de una segunda motora, tres blancos, un italiano parlanchín, al que habíamos conocido en el aeropuerto de Addis Ababa, y un mujer rubia, que iba con ellos. La mujer dudó por un momento si saltarse la norma o no saltársela, lo que provocó un arremolinamiento de monjes que en gesto amenazante rodearon al grupo. Ante la seria advertencia de monjes y el consejo de los guías decidió echarse atrás no sin antes dejar en evidencia su disgusto. Hubo nerviosismo, sobre todo entre la comunidad religiosa, que no disminuyó tras la renuncia de la mujer. Pero aun no había llegado a sentarse para hacer la espera cuando se dio la vuelta y decidió ir tras los hombres con la sola idea de darle su cámara de fotos a sus acompañantes, que yo lo vi, para que recogieran en imágenes lo que a ella no le dejaban ver. Se armó la de San Quintín. Los monjes se alporizaron al ver que aquella decidida mujer, redondita, rubia, en pantalones y en manga sisa, había decidido ascender a su monasterio, saltándose su norma aun después de haber dejado constancia varios de ellos y los guías que aquella era una falta grave. Un monje vino armado con un rifle y otros cogieron piedras. Hubo discusión y fue sonora porque los blancos, sobre todo uno, no se amilanó sino todo lo contrario. Acabó dándole una patada a un fraile, menos mal que para entonces el del fusil ya se había ido a dentro de una de las chabolas, justo detrás de la del letrero en que se advertía de la prohibición y de la obligación de pagar 20 birr por visitante
En esta segunda isla las edificaciones no habían sido destruidas por los musulmanes, a pesar de que está a menos de un kilómetro de la isla anterior, pero todas, menos el templo circular, eran de madera. Y se distribuían, como en la anterior isla a lo largo del camino que llevaba a la cúspide.
Al final del camino, a través de una puerta estrecha se daba a una explanada amplia en cuyo centro se encontraba la iglesia, de forma circular y rodeada por un claustro de gruesas columnas. Cuando llegamos todo el claustro estaba protegido por una enorme mosquitera que evitaba, por lo menos, la entrada de los pájaros, pero no nos explicaron cual era el motivo principal de aquella red. Los monjes presumieron de que las hojas de las puertas de su iglesia estaban construidas con el tronco de un solo árbol, una higuera de dieciséis metros de altura. A mi me dio pena el árbol, en un principio, pero ser talado para dar valor a las puertas de un templo tan hermoso, tampoco es un mal final. Por cierto que aquí las higueras son de un tamaño sorprendente. Por la tarde las vimos monumentales a las orillas del lago.
Junto a la iglesia unos monjes hablaban distraídamente y nos acercamos a saludarlos, nos llamaron la atención los pies hinchados y endurecidos de uno de ellos. Javier fue capaz de fotografiarlos y nos los trajimos como si fuéramos Darwin tomando apuntes por la Isla de los Galápagos. Cuando nos disponíamos a slir por un camino a la derecha de la puerta por donde habíamos entrado, nos salió al paso un monje, joven y dicharachero que se expresaba en un perfecto inglés. Era amigo del guía y fue él quien nos fue enseñando lo que apenas tenía nada que enseñar, pues en la iglesia no nos dejaron entrar, ni siquiera en el claustro.
En esta isla se repetía la misma estructura que en la anterior y como en ella también había un edificio destinado a museo, biblioteca y almacén de cosas viejas. Allí nos llevó el monje y fue presumiendo de lo que los antiguos habitantes del monasterio habían sabido realizar, hacía ya unos cuantos cientos de años, mientras ellos ni siquiera eran capaces de mantener la isla decentemente presentable. Como me a mi me aburría con sus historias me fui a fuera a sentarme en un banco que había en la puerta, que ni banco era, sino un trozo de un árbol que daba la forma adecuada para estar en equilibrio y ser adecuado para las posaderas de un hombre, ya que a las mujeres no las dejaban entrar. Cuando acabaron salieron y se pararon a saludarme y fue cuando Javier nos hizo una foto.
Nos fuimos y en vez de salir una monja con una tartera con maíz cocido, para dárnoslo en la mano, salieron unos monjes cabreados por que una mujer insistía en entrar en su recinto. Y uno iba armado con un fusil y otros cogieron piedras. Nos fuimos a ver el nacimiento del Nilo Azul.
Dicen que el Nilo azul nace en el justo lugar en que empieza a desaguar el Lago Tana. Quedaba cerca del lugar de dónde habíamos salido unas tres horas antes y estaba bien como acto final en el programa que nos habíamos hecho para conocer el Lago Tana. Tuvimos suerte y un pescador en su canoa de papiro vino a hacer su faena cerca de donde nosotros pasábamos y le vimos trabajar, primero apaleando el agua con una vara larga y después recogiendo la red en el que había un pez atrapado. Más tarde cuando ya estábamos navegando el Nilo, la motora en la que íbamos apagó los motores y aminoró la marcha para no levantar olas junto a la canoa de un hombre que atravesaba el río. Javier divisó hipopótamos a lo lejos yel guía dijo que si que eran, pero que ese era territorio militar y que por eso estaba lleno de animales. Cada uno imaginó lo que quiso y no le pedimos que entrara en detalles.
Comimos junto al lago mucho pan, un poco de cordero y un plato de pescado del mismo lago, bebimos dos cervezas, una coca cola y un agua, y pagamos por todo 200 birr, algo menos de 9 euros. Nos vino bien, que al muchacho que en el holl del hotel nos organizó el viaje a las islas, le dimos 1.400 Birr. Para un europeo no es mucho, incluso es muy barato; pero para nosotros que somos Dire Dawa, es todo un lujo.
Por cierto la ciudad en la que estamos este miércoles es Bahar Dir está al sur del Lago tana y la paseamos por la tarde un poco, pero solo por la zona del gobierno regional y de la universidad. Dejamos para la noche ir a ver la zona antigua y el mercado, pero me temo que de noche no vamos a ver nada.
Mañana, día tres de enero, salimos para Gondar, son 180 kilómetros de carreta. Quedamos en hablar con el chico que nos llevó a las islas al que el hombre que nos organizó la expedición en barco solo le dio cien de los 1.400 birr que nos cobró. O vete tu saber. Pero el de las islas quedó en que nos llevaba una furgoneta por 280 o 300 bir. Después vendrá el conductor a decir que él solo cobró 25. Y habrá que darle propina, como a la mañana.