5 de enero de 2013
Las fotos que van a acompañar este texto son las de la aldea de Tis Abay que hoy celebraba el mercado mas importante del año, como toda Etiopía, algo así como el de Todos los Santos de Monterroso, las del camino que hicimos hasta las cataratas y las del camino de regreso que lo hicimos atravesando el Nilo en una barca. Javier y yo vinimos tan contentos e impresionados que no queremos distraeros con otras cosas. Salvo una foto del autobús, que aunque para el cooperante no resultó una novedad, a mi me pareció que era el medio de transporte ideal para ir a dónde íbamos, al corazón de África en el siglo XIX.
Fue un día contundente, como menú turístico. Empezamos muy de mañana, a las siete, discutiendo con los de una furgoneta que querían que se bajaran dos etíopes para que nos subiéramos nosotros. Les dijimos que no y esperamos una hora más a que se llenara de clientes el siguiente microbús. Eran las ocho y diez cuando salimos de Gondar en una furgoneta tan recargada que parecía que se le había disparado el air bag. Íbamos apretaditos, 17 en 15 plazas. No es ningún record, hace dos días cuando hicimos el viaje de ida éramos 19 y un niño de seis años en los brazos de su padre. Pero en este caso lo peor fue el conductor que adelantó en línea continua unas veinte o treinta veces. Es verdad que aquí casi nunca viene nadie de frente, pero… y si viene? El viaje fue como jugar a la ruleta rusa. Esta vez tuvimos suerte. Fueron tres horas de viaje sin parar ni un minuto. Y aguantamos. La última hora anduvimos calculando el tiempo que nos faltaba porque ya no podíamos mas. Pero llegamos.
Volvíamos a Bahir Dar porque teníamos proyectado ir a visitar las cataratas del Nilo, pero antes necesitábamos encontrar un hotel y decidir como íbamos a ir. Como siempre en los planes del cooperante estaba la línea basic, la más barata. Por un momento valoramos la posibilidad de buscar un hotel en la localidad próxima a las cataratas pero lo desechamos porque mañana tenemos que tomar un avión a las 8.45 para Addis Ababa. Además, a mi se me había acabado la batería de la cámara y necesitaba recargarla. No podía irme a las cataratas sin cámara de fotos. Menudo desastre.
Nos decidimos por el hotel en el que habíamos dormido tres noches antes, el Semerland Hotel. Estaba bien, limpio, tenía wifi y nos salía por unos 800 birr, unos treinta y pocos euros a los dos. A pesar de que a Javier no le gustaba el personal de recepción pues, al parecer, no le facilitaron ningún tipo de información turística. Siempre que les fue a preguntar algo, siempre le remitieron al tipo aquel que nos organizó la excursión por el Lago Tana. Pero menos mal que superó esos recelos y conseguimos habitación donde recargar la batería de mi cámara. Más tarde, al llegar a la aldea más próxima a las cataratas nos daríamos cuenta del acierto. Ahora faltaba decidir cómo nos íbamos a las cataratas. Fue fácil, llamamos al muchacho de la barca que nos había llevado a las islas. No al que había organizado la excursión, que era otro al que tenía cruzado el cooperante.
El de la barca nos había dado su teléfono por si alguna vez volvíamos por Bahir Dar.
Ajustamos un buen precio. Por cuatrocientos cincuenta birr nos acompañaría en autobús, pagaría los tikets de entrada y otros gastos que se pudieran presentar. Doscientos birr son para gastos y doscientos cincuenta para mi, nos dijo. Nos pareció bien. Al final comprobamos que no tuvo gastos, no pagó el bus, ni la comida, ni la bebida y, por supuesto, no nos cobraron entrada para ir por el monte. Así, que los 450 birr fueron para él. Mas cien birr que nos pidió para no irse triste. Nos pareció barato ponerlo feliz, y se los dimos aunque no era el precio que habíamos acordado y éramos conscientes de la pequeña estafa que nos había metido con lo de los gastos. Pero tenía un don, era capaz de reírse de tus chistes como si le hicieran gracia.
El plan era el siguiente. El vendría con nosotros pero iríamos en autobús. El cooperante no le gusta nada meterse en manos de los tour operator. Así que el autobús podría salirnos en unos 150 birr y la excursión en total por seiscientos birr. Muy bien, no? A mi me parece bárbaro. Me arrepentí de haberlo dicho tan pronto me subí al autobús. Era un modelo de los años cuarenta, de esos que tienen por cada lado cinco ventanillas, incluida la puerta lateral, y 24 plazas. Nada más entrar, el chico que hacía de revisor pero que parecía el dueño del autobús, le dijo a dos de los viajeros que estaban en distintos asientos que nos hicieran sitio. Por supuesto que no, le dijimos nosotros. No va a levantar a nadie para que nos sentemos nosotros, nos refirmamos los dos al unísono, por que ya lo habíamos tenido que hacer en dos ocasiones antes, aunque Javier lo hacía en inglés y yo en castellano. El revisor nos miró con asombro pero insistió. Al final los dos chicos le hicieron caso a regañadientes y se apretaron a su compañero de asiento para hacernos un hueco a cada uno. Atónitos, nos quedamos . Nos estaba metiendo a tres en cada dos asientos. Pero si ya son muy pequeños, pensé yo. Dio igual. El coche ya estaba completo mas nosotros dos. Pues al final en vez de 25 y el chófer, viajamos 37 y el chófer. Habíamos
batido un nuevo record y superado ampliamente a la furgoneta de hacía tres días, la que nos había llevado a Gondar.
Pero lo peor no fue el ir sentado clavándote la barra del sillón. Lo peor fue ir botando sobre esa barra lateral del sillón. Porque la carretera, hasta Tis Abay , es de tierra y no de tierra pisada precisamente. Fueron 30 km de tortura. Además, hacía calor, a los etíopes les molestan las ventanillas abiertas cuando viajan. Así que fue como una hora de termomix.
En este viaje por el rural de Bahir Dar me acordé de José Villar. Acababa de comprar un coche Volswagen muy extraño y salimos a dar una vuelta. En aquel tiempo la carretera de Pontevedra a Vilagarcía era de adoquines y hacía que el coche fuera dando saltitos. Entonces éramos muy jóvenes y de mecánica sabíamos tanto como del resto de las cosas, no sabíamos nada. Por eso me sorprendió lo que me dijo. No podemos volver con este coche por esta carretera porque se le aflojan los tornillos. A mi me pareció una estupidez, pero aquel coche le duró muy poco. Hoy cuando íbamos a trompicones por la carretera de la aldea próxima a las cataratas me acordé de él porque el autobús decidió pararse. No fue por mucho tiempo ni la avería muy grave porque el revisor le metió mano con un destornillador y una llave de tuercas. Pues se le habrán aflojado pensé recordando la excéntrica teoría de José. Sin embargo, debió de ser mas grave porque cuando veníamos de vuelta, cinco horas mas tarde, vimos nuestro autobús de la mañana tirado en el medio del camino.
El viaje fue una tortura. Ya veníamos machacados de las tres horas sin bajarnos de la furgoneta desde Gondar. Pero mereció la pena. Las cataratas del Nilo no son las del Niágara, ni las de Iguazú ni las del Lago Vicoria, pero son muy hermosas. Y no solo las cataratas, es todo el camino desde la aldea Tis Abay, que significa el Nilo que fuma, lo que hace que al final quedes entusiasmado. Todo está como hace cuatrocientos años, por lo menos, que fue cuando el emperador Fasiladas, al que conocimos en Gondar, mandó construir el puente de piedra, que se ve en las fotos, para cruzar un Nilo que va incrustado en una larga garganta de rocas volcánicas. Sorprende que esta obra tan importante no tuviera continuidad en caminos y carreteras porque el único acceso es ese camino de cabras tan empinadoimposible para cualquier carromato.
En Tis Abay se celebraba el mercado mas importante del año. Eso nos dijo el guía. En toda Etiopía los mercados se celebran los sábados, y este es el más importante del año, por las fechas en que se celebra. El siete de enero, que este año cae en lunes, la iglesia ortodoxa celebra el bautizo de Jesús como una de sus grandes fiestas anuales. Así que había ambiente, mucho ambiente. La carretera, que es la única calle de la aldea, estaba abarrotada de gente que había acudido de todos los poblados cercanos para comprar y vender. Hasta ahora nunca habíamos estado tomándole el pulso a una comunidad rural como estuvimos hoy. En las ciudades, la pobreza se pone de manifiesto en todos los barrios, pero más, conforme te vas alejando del centro o de las zonas residenciales. Y esa misma pobreza que ya es miseria en los arrabales, está también en las aldeas que existen a o largo de las carretas generales. Pero nunca habíamos visto como era la vida en un núcleo rural alejado 30 km de una ciudad como Bahir Dar por una carretera de tierra que terminaba precisamente allí.
En Etiopía la gente anda mucho. Siempre hay gente por todas partes caminando desde primeras horas de la mañana. Hoy, cuando después de comer, nos pusimos en marcha para ir a ver las cataratas coincidimos en el camino con las personas que regresaban a sus casas después de haber disfrutado del mercado mas grande del año. Familias enteras regresaban con vacas, ovejas, asnos o simplemente cargadas con compras o con lo que no fueron capaces de vender. Al principio caminábamos por una pista de tierra, pero a los doscientos metros de haber dejado el recinto en el que se traficaba con los animales, el guía nos obligó a seguir a un grupo de pastores. Jamás hubiéramos definido aquello como un camino. Parecía el lecho seco de un torrente, una torrentera. Pero, sin embargo, por momentos era como si se detectaran los restos de una antigua escalinata en la que cambiaba el tamaño y la altura de los peldaños siempre diferentes, de la que habían desparecido algunos , mientras que otros estaban rotos o habían multiplicado su tamaño. En la que, además, alguien se había dedicado a sembrarla de rocas.
Pero lo mas sorprendente no era que por allí se precipitaran hombres, niños y mujeres, vacas, asnos y cabras, con la naturalidad de quien anda por donde debe, sino lo que te sorprendía era que al final de aquella torrentera había un puente. Un hermoso puente de piedra que el emperador Fasiladas mandó construir para que los vecinios de Tis Abay pudieran saltar el Nilo, como quinientos metros mas abajo de las cataratas.
Cruzamos el puente y ahora tocaba subir por un camino con menos dificultades que discurría entre las casas de un poblado, en el que la mitad de las viviendas eran todavía chozas de cubierta de paja. De allí, para nuestra sorpresa, salieron unas niñas ofreciéndonos pañuelos para que se los compráramos. Los vendedores de souvenirs ya están llegando, pensé. Quizá contagiadas por sus vecinos unas mujeres que estaban con nosotros en el camino, cuando vieron que las iba a fotografiar me pidieron dinero a cambio. Fue el guía el que espantó a las niñas y les dijo algo a las mujeres que desde entonces no nos miraron bien durante todo el trayecto que hicimos juntos.
Después del poblado fuimos subiendo lentamente alejándonos del Nilo. Era una subida lenta porque la cuesta se hacía larga. Por momentos, al menos yo, me paraba para hacer unas fotos al paisaje y aprovechaba para que fueran cambiando los compañeros del camino. Poco después de subir un alto que estaba coronado por dos acacias, anduvimos como un centenar de metros y allí estaban las cataratas, el Nilo que hasta allí parecía inmóvil, se precipitaba violentamente enfrente de nosotros. Y aun faltaba como un kilómetro para cruzar un puente colgante que tendríamos que cruzar antes de que pudiéramos mojarnos con la nieblina que forma el agua al caer desde tanta altura. El humo del Nilo que fuma.
No nos paramos que el tiempo de hacer las fotos, estas que veis y algunas mas en las que salimos el cooperante, el guía y yo, en las diferentes combinaciones posibles. Bueno, ahora que las miro yo no salgo con el guía en ninguna. Íbamos con prisa nos habíamos detenido demasiado tiempo en la comida y apenas teníamos dos horas para llegar hasta las cataratas y volver.
Para la vuelta elegimos un camino que discurría entre prados con alguna aldea al fondo que nos llevaba a un improvisado embarcadero. Nada, una calva en una plantación de cañas de azúcar. Allí esperamos la barca que tenía que cruzarnos el río y allí conocimos a una somalí que ya habíamos visto en las ruinas de Gondar, y a la que Javier le dio su teléfono por si se le ocurría parar en Dire Dawa cuando fuera a visitar Harar. Ella fue la única turista con la que coincidimos en las cataratas. Había mas, en la barca que nos iba a cruzar venían por los menos 9 o 10. Es curioso, pero en ese embarcadero, que no era más que la ribera pelada del río, nos cruzamos con esos otros turistas, todos de piel blanca, por lo que no había duda de que todos éramos de fuera y ni siquiera nos dijimos hola. La verdad es que yo solo me fijé en un viejo que tenía una cara muy antipática.
Nuestra barca, la de los turistas era la única barca a motor, un pequeño fueraborda, que , además, tenía patrón y marinero. En las otras, las que trasladaban a la gente del país, era un niño el que con una vara movía y controlaba la embarcación, que por supuesto era mucho mas primitiva. Son bonitas y sugerentes las fotos de la gente esperando a que el barquero les cruce el río. El rio Nilo.
Como os dije el camino hasta las cataratas y vuelta a Tis Abay lo hicimos apaso rápido, yo corriendo para recuperar el tiempo que perdía ¿? haciendo fotos. Pero la razón de hacerlo tan de prisa fue que nos pasamos en el tiempo par comer. Lo hicimos en el mejor restaurante de la aldea. Sobre una especie de filloa esponjosa, una enyera sob re la que nos volcaron un tazón de Tegabino y un montoncito de Tibs, trocitos de carne de cabra. La enyera es amarga, como avinagrada, y el Tegabino, que es un puré apelmazado hecho a base de pimienta, harina de algún cereal que no conozco, cebollas y tomates, pica. Pues esa es un plato típico de aquí que puedes encontrar en cualquier sitio, incluso en uno como en el que nos habíamos sentado, que pasaba por ser el mejor de la aldea y que atendían dos chicas, pobre pero limpio, dentro de los cánones de limpieza del país. Que para un burgués occidental como yo deja mucho que desear. Pese haber valorado el esfuerzo.
Volvimos en otro autobús, también de la misma época, de mediados el siglo XX, y esta vez, por increíble que parezca, volvimos a marcar un nuevo record de apelmazamiento por superación de las plazas, iba a decir permitidas, pero dejémoslo en plazas con asiento. A Javier y a mi nos metieron un clavo nada mas entrar, un joven nos dejó el asiento y pese a nuestra negativa, insistió en que nos lo quedáramos, nos había estando guardando la plaza. Creimos que era cosa del guía que se había estirado un poco en vista de que no había tenido ningún gasto; pero no, había sido por iniciativa del muchacho que al final nos cobró 15 birr por un favor que no le había pedido nadie. Son así, los mozos y los niños están a ganarse la vida. Enseguida te preguntan si quieres agua, si les dices que si, te consiguen una botella y te la cobran a precio de bar. Bueno, a mi me pasó en la casa donde comimos. Cuando llegamos estaba allí sentado un niño que me preguntó si iba a beber agua, le dije que si, cruzó la calle y me trajo una botella, que ya no me pudo vender la dueña de la casa de comidas.
Llegamos a Bahir Dar rendidos y satisfechos. El día había sido largo pero todavía estábamos impresionados por las cataratas y el paseo que nos habíamos dado hasta allí. Nos dimos una ducha y nos fuimos a cenar a la terraza del hotel mas antiguo de la ciudad, en donde no habíamos cogido habitación porque los comentarios de internet lo desaconsejaban. A la una de la madrugada me fui a la cama rendido, por culpa de este bolg que retomé a las cinco y veinte y estoy terminando, a las 10.53, en un hotel en Addis Ababa, en tránsito para casa, para Dire Wara.