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Diario de un viajero por Rodolfo Lueiro: destino Etiopía

by labsgrup_pablo

8 de enero de 2013

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Hoy he sido uno mas en Dire Dawa.  Me he pasado la mañana matando el tiempo por la ciudad, sin nada que hacer, deambulando, mirando.  He desayunado donde definitivamente me gusta más, sentado en el bordillo de la carretera. Cuando llegué había dos hombres ya y dos niños.  Uno de los hombres, el que estaba sentado en una de las latas, era alto y fuerte y llevaba una camisa blanca impecable, chocaba con lo usado que estaba el pantalón y las chanclas cubiertas de polvo.  Por lo desabotonado se le veía la camiseta muy rota, con agujeros tan grandes como el que queda al  unir el índice con el pulgar.  Hazlo, a que son grandes para una camiseta?  Pues yo le vi dos.  El otro hombre estaba sentado en el bordillo de la acera y se estaba comiendo dos tortas y bebiendo un te.  Su ropa era oscura, muy usada, sus zapatos estaban muy sucios y llevaba unos calcetines que a lo mejor habían sido blancos.  Las aceras aquí son solo bordillo, no hay más.  Lo que debería ser acera está sin hacer y está a un nivel mas bajo que la carretera.  Así que te sientas en el bordillo pero le das la espalda a la calzada,  miras para el campo que es donde está improvisada esta cafetería miserable.  Pues ahí fui yo esta mañana.  Los dos niños, comparado con los otros clientes, eran pobres.  El mayor no había cumplido cuatro años y el pequeño estaría en los dos.  Cada uno estaba sentado en una lata,  pero el pequeño tenía frío y se estiraba la camiseta sucia que llevaba hasta cubrirse las rodillas.  No llevaba, ni chanclas ni mas piezas de ropa.  Estaban a mi lado y me miraban continuamente.  Una vez les sonreí pero no me respondieron.  El pequeño tenía la piel de los pies gris, como todos los que andan descalzos.  La chica que ayuda a la señora que cocina, en otro lugar podría ser la camarera, le llevó la torta al hombre fuerte, pero él le hizo un gesto y la chica metió en un papel de revista la torta y se la dio a los niños.  La cogió el mayor y se fueron sin decir nada.  A los diez metros dejaron caer el papel y partieron la torta en dos con las dificultades del que siente que se le abrasan los dedos. Se la iban comiendo cuando definitivamente me dieron la espalda.  Al pagar vi el cubo donde lavaban la loza, era un cubo pequeño, como el que usan los niños para hacer flanes con la arena de la playa, y el agua estaba muy usada.  La vieja me agradeció los cinco birr con que pagué con una sonrisa muy limpia.  Hasta mañana, le dije.

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Después me fui al ciber, estaban a punto de dar las ocho y el de la cristiana abría siempre con puntualidad.   De camino,  como me quedaba de paso, entré en casa a recoger las fotos de algunos vecinos que tengo reveladas desde hace días, desde antes de irnos al norte, y he pensado que hoy se las podría dar.  A todos menos a uno que me parece un imbécil, el carnicero.  Al que ya le hice y le di un par de fotos hace una semana y me da la vara todos los días para que le de más copias.  Es grosero y sucio.  A lo mejor no se las doy, aunque ya las tengo hechas.  A veces me sorprendo como me integro.  Me olvido de que soy blanco. La chica del restaurante me agradeció las fotos que le di, pero me pareció que no le gustaba como había salido.  A mi tampoco.  Es mas guapa al natural.  Hay gente que no es fotogénica.  La señora de las verduras no estaba, el carnicero no había abierto y el peluquero tenía también cerrado.  Hoy es día de descanso para los cristianos, pero no es fiesta religiosa.  Así que no se si hoy se retrasan o no van a abrir.  Me pasó con el cíber.  A las 8,06 estaba todavía cerrado y no había nadie limpiándolo, como es costumbre. Así que me fui al musulmásn, que es mucho peor y más incómodo.

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Hoy debí de acertar con el archivo porque el ordenador del ciber me respetó el texto.  Todo fue rápido y a las nueve y media me fui al centro.  Fui andando como un kilómetro, hasta el Zeido y fui haciendo fotos.  La mayoría por compromiso, pero algunas salieron graciosas.  Una vez, me había dicho Diego Bernal, no se que tengo pero cuando llego a un lugar, al que sea, el tonto del pueblo siempre se me pega.  A mi me pasa a veces, congeniamos.  También hice fotos a mi gusto como una en un cuartucho en que se ve a una señora con un inmenso saco de chat.  El chat es la droga que circula por aquí, por el este de Etiopía, aunque se vende en todo el país y en toda Africa.  Me cuentan que es en Dire Dawa donde está la producción mayor de chat y que la dueña tiene una flota de aviones para distribuirla.  No se si será verdad, pero en el aeropuerto me mostraron un avión que llevaba el nombre de la señora.

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En el Zeido tomé un taxi motocarro de los grandes para ir al centro.  Fui el cuarto pasajero pero enseguida entró el quinto y nos fuimos.  Da gusto.  En una hilera, un poco atropelladamente, están los bajajs grandes, los de cinco plazas mas el conductor, los pequeños son de solo tres y nunca van en dirección centro desde el Zeido, desde otro sitio si.  Tu te acercas y dices el nombre del lugar a donde te diriges y si no hay un bajaj que vaya en tu dirección esperas que pronto aparecerá alguno.  Cuando lo encuentras, entras, te acomodas y esperas a que estén los cinco pasajeros.  A veces parten con cuatro, según le de al taxista, pero al final solo pagas 2 birr.  En cambio si tu coges un bajaj de los pequeños, vas tu solo, pero puedes pagar por ir al centro unos 20 birr.  Diez veces mas que en un colectivo.

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Yo me subí a un taxi que iba a Corner, pero me bajé mucho antes, en el barrio que había estado fotografiando hace unos ocho días.  Es un barrio muy bonito, muy arbolado, con las parcelas y las casas muy grandes, de cuando se construyó la ciudad, hace tan solo cien años.  Dicen que los árboles, las casas y el diseño de todo el barrio es de los franceses pues ellos fueron los que levantaron Dire Dawa al construir aquí la estación del ferrocarril que hacía el trayecto de Addis Ababa a Djibuti.  La ciudad importante entonces era Harar, pero por estar en las montañas encarecía mucho llevar el ferrocarril hasta allí, y se decidió levantar una estación en el lugar más próximo a la ciudad.  No se midieron mucho porque pusieron el apeadero a 40 kilómetros de la ciudad, dando pié a que lo que iba a ser una simple estación se convirtiera en la segunda ciudad de Etiopía.  Bueno, pues me apeé en ese barrio y me lo paseé de nuevo.

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En una de las casas, empobrecida y maltratada, como todas, había un montón de gente sentada en el jardín esperando a que les tocara el turno.  Eran las oficinas de la compañía eléctrica.  Por la disposición de la gente por el jardín, tuve la sensación de que no había mucha celeridad en la cola.

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Volví a pasar por donde había estado haciendo fotos y me paré de nuevo en una tienda de muebles, en la que solo hay unos cuantos sofás a la venta y me encontré a la dependienta bailando.  Me hizo gracia y me llamó para que le hiciera las fotos.  Pero era imposible, no dejó de moverse ni un instante.  Me sorprende que aquí en Dire Dawa son muchos los locales que tienen un ordenador para escuchar música.  Solo hoy me encontré con este sistema, en esta tienda de muebles, en una peluquería y en un bar que hay al lado de nuestra casa.  Después, dos albañiles se empeñaron en que les hiciera un retrato y a cambio convencieron a una mujer de rojo que estaba sentada en la calle para que se dejara fotografiar.

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Cerca de las oficinas del partido en el gobierno, a donde no me acerqué esta vez, hay una peluquería que había intentado fotografiar en la otra ocasión y que el dueño salió a la calle para impedírmelo.  Hoy  decidí entrar allí a cortarme el pelo y la barba, que hacía casi un mes que no me los tocaba.  Entré con recelos porque la presencia del sida en Etiopía es diez veces superior a la de España, pero pronto me di cuenta de que trabajaban con maquinilla y respecto a la navaja estaba totalmente decidido a que no me tocara.   Me lo cortaron muy bién, pero tardaba tanto enredándose en tonterías, que me tuve que levantar cuando a él le parecía que todavía quedaba mucho para terminar.  Pero me resultaba insoportable que, cada poco tiempo, me sacudiera los pelos que me había cortado con un plumero de cabellos largos que olían muy mal. Basta, basta, le dije.  Ya terminamos, le insistí.  Y volvió a darme con el plumero.  Entonces tiré del babero que me había puesto y entendió que quería irme.  Pero fue amable e hizo bien su trabajo.  Incluso me metió algodones en los oídos.  Ya sabéis que a Valle-Inclán le preguntaron una vez por qué no se cortaba el pelo, y respondió, porque a mi el pelo me sangra cuando me lo cortan.  Pues el de los etíopes debe de gritar.

Al cortarme el pelo debí de perder el sentido de la orientación y acabé perdido por donde está la embotelladora de Coca Cola, o el simple  almacén, que está cerca de la ribera del río, por la parte de atrás del palacio donde durmió una vez Musolini.  Mal ambiente de gente lavándose en las alcantarillas, pero a un paso del centro, donde también hay gente tirada, medio dormida o medio muerta.  Retraté a algunos, incluso a un niño que estaba feliz junto a un bulto que me pareció que sería su madre.

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Para terminar el día me fui a la plaza de la Estación a sentarme en el Elga café, porque había quedado a comer con el cooperante.  Pero en el Elga no había sitio y me fui al de la esquina, que es muy grande y allí casi siempre hay una mesa libre.  Había una y me hice con ella.  Me llamó la atención la manera de actuar de los limpiabotas de este café.  Si aceptabas que te limpiaran los zapatos ellos te descalzaban se llevaban los zapatos fuera y te los traían al momento limpísimos y mientras tanto te dejaban que te pusieras sus chanclas.  Y los clientes aceptaban. Cuando el cooperante me llamó anunciándome cambio de planes ya les había hecho la foto a los limpiabotas.

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En vez de comer fuera los dos juntos comeríamos en casa de un amigo etíope que se había empeñado en que fuéramos todos a comer a su casa.  Y comimos bien, pero con las manos.  Y sin postre aunque con el café nos pusieron palomitas.  Si, palomitas, como las del cine, pero sin sal.  En Etiopía la comida lleva muy poca sal o ninguna.  Pero si bastantes especias.  Los cambios iban mas allá del mediodía.  Es probable que mañana por la tarde nos marchemos de viaje a Jijiga, una ciudad  que está muy cerca de la frontera de Somalia,   a tres horas de coche  de Dire Dawa.  Y  no volveremos hasta el sábado, por lo menos.

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