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Diario de un viajero por Rodolfo Lueiro: destino Etiopía

by labsgrup_pablo

11 de enero de 2013

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Hoy fue un día dedicado a la cocina etíope.  Empezamos desayunando en un lugar que le gusta mucho a uno de los cooperantes.  Tanto que es el lugar en que desayuna cada vez que viene a Jijiga.  Imposible saber el nombre.  Y el lugar tuvimos que buscarlo porque no se acordaba con precisión por donde quedaba.

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Tomamos full, que consiste en una pasta de garbanzos, lentejas y otras cosas, y huevos revueltos con pan , te y un yogur que no sabemos si era de leche de cabra o de vaca, porque nos despistaba el sabor a humo que tenía.  El local podríamos decir que era sobrio y en él atendían al público dos o tres mujeres quedándose una cuarta de Jefa o dueña, pues era a la que ibas a pagar antes de irte y no tenías necesidad de decirle lo que habías consumido ni en que mesa estabas. Tenía todo el local controlado.  Invité yo, porque hoy hacía años que había llegado al mundo, y a lo mejor para esto, para desayunar en un local desnudo en una calle de tierra en el centro de Jijiga, mientras fuera un grupo de hombres empujaban una furgoneta tratando de que encendiera, bajo un sol que no acababa de empezar a calentar.

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Comer con la mano tiene su técnica.  Se aprende rápido pero no impide que sea una guarrada.  Coges un puñado de arroz, es  decir, lo coges y cierras la mano de manera que el arroz queda en el puño cerrado.  Una vez ahí,  vas abriendo la mano de manera que el arroz se vaya hacia los dedos.  Cuando lo tengas así dispuesto, llevas la palma de la mano a la boca a la vez que la boca va al encuentro de la palma de la mano, cuando se tropiezan, siempre evitando el choque, la boca abierta ya se dirige hacia el arroz succionándolo, a la vez que se aprehende con los labios y  la lengua.  El resultado suele ser que la mayoría del puñado de arroz termina en la boca y el resto, mitad por entre los dedos y mitad sobre la mesa.  Y así comimos hoy en una especie de churrasquería en la que exclusivamente se servía arroz en blanco y carne de camello.

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Y estaba rica, incluso la joroba, que es una especie de cartílago, no confundir con plátano frito, que al morderlo suelta una grasa que sabe como a tuétano del hueso del caldo, sin llegar a ser eso.  El camello está bueno, por momentos sabe como a ternera con deje de chorizo criollo, y por otro momentos tiene un sabor nuevo pero no muy alejado.   Debería de ser como la carne ao caldeiro, pero tiene mas sustancia, aunque a los etíopes les debe parecer insuficiente porque al lado te ponen un plato con unos polvos y  en otro una salsa que resultan infernales por lo que pican

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El camello se cuece y el agua que deja es un caldo grasiento que te sirven en unos cuencos grandes.  Yo lo probé pero era como beber aceite y no pasé del primer sorbo.  Yo creo que en una misma agua se deben de cocer muchos camellos porque la carne viene como cubierta de un jugo o de una salsa que no puede ser otra cosa  que la propia grasa de la carne disuelta, pero espesilla.   El camello se sirve en grandes trozos y si es para uno pues se lo come a mordiscos y ya está.  Y si es para varios se suele pedir la intervención de un cuchillero que con dos grandes cuchillos, uno en cada mano, lo reduce a pequeños trozos, del tamaño de un bocado pequeño.  Y estando así cortado se vuelca encima de la fuente de arroz y de ahí se va cogiendo.  Todos de todos los sitios.  Hoy nos trajeron dos veces carne y dos veces arroz.  Cuando ya íbamos terminando la primera ración, me di cuenta de que todos los trozos que quedaban entre el arroz no eran comestibles.  Coño! les dije, vosotros ibais tanteando los bocados y los que no eran buenos los ibais dejando a un lado,  y yo amontonando aquí, sobre este anuncio de una óptica, los trozos inmasticables.  Y se rieron.  No se puede ser fino en esto de comer de un mismo plato, cada uno a la mejor tajada.  Aunque el somalí de Jijiga que comía con nosotros yo creo que comió poco, no se si por finura o por que era calmoso en esto.

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Bueno, pues lo del camello estuvo bien.  Aunque creo que esta noche no cenaré nada, porque resulta un poco pesado. Debe de ser por la grasa.  Lo peor fue el restaurante, el sitio, resultaba pobre, viejo y sucio para nuestras costumbres.  Pero es uno de los locales de éxito de Jijiga.

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Por supuesto no había mujeres, los comensales eran solo hombres.  Las mesas eran de formica, de un material similar, y ponían la bandeja del arroz y el plato de carne directamente sobre la mesa.  Salvo con nosotros y dos o tres mesas mas, en que nos pusieron de salvamanteles individuales unas hojas de un periódico tamaño ABC, que les debería de resultar mas ajustado.  Y  sobre ese mantel, yo se lo copié al etíope somalí, se iban dejando los huesecillos y los cartílagos que no eras capaz de tragar.  Eso yo, porque el resto lo fue dejando entre el arroz, pues lo tanteaba antes de llevárselo a la boca.

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Por lo demás no tengo nada que contar. Me pasee por el pueblo durante unas dos horas y estuve haciéndole fotos a todo lo que me pareció atractivo y, también, a muchas personas que me pedían que se las hiciera aun sabiendo que nunca se iban a ver retratadas.  Salvo ese instante en que yo se las muestro en el respaldo de la cámara.

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Me sorprendió que en Jijiga, a diferencia de Dire Dawa no hay futbolines, ni mesas de pinpón en la calle, ni locales con mesas de billar americano, ese en que el juego consiste en meter las bolas por los seis agujeros que tiene por las bandas.  En Jijiga se juega a otras cosas mas primitivas y mas enraizadas.  Se juega a una especie de seis en raya, que no logré entender, y a un juego sobre una mesa estrecha y rectangular con un puente de cuatro ojos en uno de los extremos por donde hay que ir metiendo unas fichas que se tiran con la mano y que no pueden elevarse del tablero de la mesa. Pregunté si era a dinero, no nos entendimos y me aburría esperar a que terminase pues jugaban dos y parece ser que con varias tiradas cada uno.

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Estuve por el mercado haciéndole fotos muy coloristas a las vendedores de tomates, a unas fruterías y a las fachadas de unas ferreterías en las que colgaban cuerdas de colores.  También retrate a tenderos de todo tipo de productos pero a muchos por hacerles el favor, porque sus tiendas ni tenían color ni gracia, eran muy sosas.  Pero otros dieron bien y salvaron el retrato.  También me encontré con dos hombres cogidos de la mano, que aquí es muy frecuente entre amigos, y le hice la foto.

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También en el mercado los hay que están aprovechando el tirón y ponen a la venta lo muy poco tienen.  A una mujer que está sentada en una colcha de le pueden contar el número de patatas que tiene a la venta.  Una mujer solo vende tomates.  Hay otra que solo tiene lechugas a la venta.  Y un hombre que no tiene más que una báscula y ahí está, esperando a que pase alguien que tenga interés en saber lo que pesa.  Y hay un niño que afila y decora palitos con los que los etíopes se limpian esos dientes tan limpios y blancos.

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Pasee Jijiga me paré con mucha gente, con muchos nos reimos mucho y con pocos no nos reimos nada.  Ni llegamos a entendernos, ni siquiera a saber si me hablaban en amaharico o en somalí.  Porque aquí se habla mucho el somalí.  Tanto, que hay ciudadanos de Jijiga que se niegan a utilizar el amaharico y los hay que hacen lo mismo con el somalí.  Conocimos a personas que trabajando juntas lo hace cada uno en su lengua preferida y aun redactan los documentos en la que le interesa a cada uno.  Y  allá el otro.

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Esta noche seguimos en Jijiga que los cooperantes tienen trabajo también mañana, sábado.  Así que el viaje de regreso será por la tarde.  Me gustaría convencerles de hacer un par de paradas por el camino para hacer unas fotos.  Pero como siempre me veré obligado a disparar al vuelo desde el todoterreno en marcha.  Pero eso será mañana.

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