Diario de un viajero por Rodolfo Lueiro: destino Etiopía

14 de enero de 2013

Probablemente sea una idiotez, pero es una forma mas de acercarme a la vida diaria en Dire Dawa, la que ha sido y a lo mejor todavía es, la segunda ciudad de Etiopía.   Todas las mañanas al salir a la calle de arena, tierra, piedras, arbustos, restos de animales y trocitos de bolsas de plástico y de botellas de agua en la que está nuestra casa. Me encuentro el espacio delantero de cada portalón impecablemente barrido o todavía barriéndolo a alguna vecina o una de las chicas que trabaja en la casa ante la que barre, posiblemente a cambio de cama y comida.  Como no hace tanto se trabajaba también ahí.  Muchas de mis vecinas y vecinos de Meis aun recuerdan cuando siendo niños trabajaban exclusivamente por la comida.  Y aun me cuentan que el padre de Hermógenes le daba de comer al Chambolo un tazón de agua caliente, de la que salía del depósito de la cocina de leña, de la Bilbaina, con un chorro de aceite y un trozo de pan de borona.  Y aun le obligaba a ir descalzo encima del carro de tojo.

Todos los días se barre delante de la puerta de casa pero nunca se recoge nada, se aparta fuera del área de entrada y salida de la casa.  y ahí se queda  aumentando de volumen como si fuera una floresta de deshechos que crece cada día.  Como mucho alguna vez se junta lo de ese día y se le prende fuego.  Por eso hay esos manchones de ceniza esparcidos como lunares por todas las calles.  Incluso en las principales, en la medianera de las que son como bulevares, aunque ahí es la barrendera la que junta los desperdicios de la calzada, exclusivamente la calzada que es  a donde alcanza su competencia, y les prende fuego.

Pero si eso fuera todo quizá no llamase mi atención pues eso es lo que se acostumbra a hacer en nuestros barrios y cuando más de los arrabales con mayor frecuencia y asiduidad.  Es una estampa habitual, si pasáis temprano por los barrios mas alejados, o por los cercanos en los que todavía quede una vecina mayor viviendo en su antigua casa, la veréis barriendo la entrada de su casa.

Quizá necesita dejar patente, por lo que puedan pensar, que ellas son muy limpitas. Debe de formar parte de los comportamientos de las sociedades en los que la escala de valores figuran estas cuestiones.  No os acordais de lo que contaba la amiga de Sara de su amiga la que vendía pescado en la plaza de abastos de Noia, Puta si, como miña nai e mais miña aboa; pero limpiña, limpiña como ningunha.

Bien, pero lo que me llama la atención no es valor social de la imagen de limpia, sino el derroche de agua que yo creo que se realiza también por prestigio social.

En un país donde el agua escasea hasta la muerte, en la zona desértica de Jijiga, el consumo público de agua debe ser una demostración de poderío.  Ahí tenéis el regato y hasta los charcos delante de muchas de las viviendas de Sabateña, mi barrio.  Donde yo me tengo que duchar con un cubo y vivo en una buena casa.

Hoy mismo también, una mujer y su hija descansaban en la calle en su viaje diario a por agua.  Estaban sentadas sobre los depósitos con que la transportan, que eson esos depósitos amarillos que se ven por toda Etiopía, y que se encuentran a la venta en todos los mercados incluso en tiendas de segundamano, como las botellas vacias de agua mineral.

Hoy fui al banco.  Al final tuve que ir a Corner  (digo corner pero el nombre se le parece.  Incluso, como es una esquina  creí que le llamaban en inglés),  al banco en el que trabaja un hombre que habla español, aprendido en tiempos de la cooperación cubana, para que me cambiaran euros por Birr.  En total me pasé por cuatro oficinas intentando cambiar 100 euros con los que llegar a las cuatro y media de la madrugada del domingo, que es cuando despega el avión para El Cairo.  Menudas horas.  En todas las sucursales nos cachearon, nos pasaron un detector manual de no se qué, será de armas y bombas, y me obligaron a dejar la cámara de fotos a la entrada.  En esta ocasión el guarda no estaba con un fusil ametrallador sentado en la puerta.  Los bancos por aquí ya disponen de algunos ordenadores, pero todavía realizan muchas operaciones a mano y escriben muchas notas a máquina.  Es más, si quieres sacarar dinero de tu cuenta en una oficina que no es la tuya, tienen que llamar por teléfono preguntando si te pueden dar dinero, si dispones en la cuenta corriente de lo que dices que quieres..  en fin, parecen el Banesto de los años de Mario Conde.  Por lo que yo vi en Sevilla en los 90 debía de ser el último banco en incorporar las nuevas tecnologías.

Lo de la seguridad en este país si sorprende porque te cachean en muchísimos sitios.  También lo hacen en la oficina de la compañía aérea y en todos los organismos oficiales.  Y en los aeropuertos es una verdadera lata porque te tienes que quitar los zapatos y el cinturón, además de todas las cosas de metal que lleves, unas tres veces antes de llegar a la sala de embarque.  Ya os conté que a una turista canadiense le obligaron a que bebiera de la botella de agua y quería pasar con ella al a a la sala de embarque.

Ayer, al ir a la compañía de Ethiopian, a coger los billetes para volar a Addis Ababa el sábado a la mañana, nos encontramos con que las dos dependientas que atendían al público eran una de la religión cristiana ortodoxa y la otra musulmana.  Y mientras la musulmana se cubría el pelo con un pañuelo de la compañía aérea la cristiana recurría a las cruces para dejar patente su s creencias.  Tomada nota de esa manifestación, fueron, a partir de entonces, muchas las ocasiones en que pude constatar lo que os dije.  El esfuerzo de los cristianos ortoxos por dejar patente sus creencias.  En el mismo hotel desde donde escribo hay una furgoneta que en sun parabrisas lleva una pegatina semitransparente con la cruz ortodoxa.  Un hombre que despacha bebidas alcohólicas exclusivamente en su negocio, luce en el pecho no una, sino dos grandes cruces.

Hoy decidí salir de compras para ver si acertaba con algo que llevar a casa. Bueno, visité hasta las joyerías que hay en el barrio de Taiwan.  Vi unos anillos de oro etíope, que no se que kilates tiene, que son los que usan los etíopes, y no estaban mal.  Valían 40 euros.  pero para quién le compro eso.  Me decidí después por unos pañuelos. Pero tampoco tomé decisión alguna. Los vi como los que llevan los pastores, que son como chales para mujeres o como fulards para hombres.  Pero esto es un rollo, mejor no llevo nada que seguro que no acierto.

Estuve en Taiwan viendo telas y pañuelos y fulards o como se llamen esos pañuelos que llevan los hombres del campo aquí.  no encontré nada.

Entré en el patio de un colegio con la intención de fotografiar el campo de futbol de tierra pedregosa, como era el de La Salle de los años sesenta, en el que te dejabas la carne de las rodillas en cada partido de los recreos.  Pero los niños vinieron a la cámara como si fuera el acontecimiento de la mañana.  Seguramente lo éramos.

Para ir a Taiwan cogimos un bajajs en el zeido que nos dejó en Corner y desde allí nos fuimos andando hasta el mercado en donde se  vende todo lo que viene de China, de ahí el nombre con que se le conoce.  Kayumi es una experta en estos mercados, se los conoce todos y se maneja muy bien; pero no es experta en callejear.  Por eso, al dejar Corner e intentar buscar un atajo para llegar al mercado nos metimos en una calle sin salida que estaba tomada por unos niños.  Nos rodearon y por habernos metido en su territorio nos vimos obligados a fotografiarlos en todas las posturas, en grupos, de uno en uno, de dos en dos y de tres en tres.  Hasta salieron las madres a vernos.  Buena gente, como la mayoría aquí, que no está a la defensiva ante el “forenyi” como nos llaman.   Acabamos en el interior de una de las casas y nos enseñaron como preparaban la enyera, esa filloa gigante y esponjosa sobre la que depositan la comida y de la que se sirven para enrollar con ella l comida y llevársela a la boca.

De allí nos fuimos a Taiwan, donde paramos poco y seguimos andando hasta el centro pasando por el cauce del río, que justo en ese tramo han rellenado, y es donde celebran el mercadillo de ropa.  Como veréis un poco desordenado.  Y donde se puede observar, otra vez, como una cabra se pastorea entre la ropa sin que nadie le diga nada.  De nuevo la prioridad animal.

En el centro nos encontramos delante de una tienda de bajajs, de lo que nosotros llamábamos isocarros, o algo así, las motos de tres ruedas. Las pequeñas están a la venta por 77.000 bir, que son al cambio unos 3.000 y pico euros.  los había de todos los colores.  A Kayumi le gustan y está dándole vueltas a la posibilidad de hacerse con uno.  Yo la desanimo porque me parecen muy inseguros.  De nuevo un guarda  de seguridad, después de cachearme, me retuvo la cámara impidióndome que les hiciera fotos a los cacharros y eso que se lo pedí a la encargada de la tienda cuando Kayumi se sentó en uno rojo que estaba cerca de la puerta.

Comimos fuera, en el restaurante del pollo.  Kitchen Hause.  Solo hay pollo y pan.  Ni ensaladas, ni patatas, ni arroz.  Solo pollos.  Son pequeños y escuálidos.  Tienen poco que comer.  Y están duros porque deben de ser criados al aire libre.  Aquí no está su producción, digamos, industrializada.  El pollo es un bien escaso que se encuentra en muy pocos sitios. Uno se come un pollo entero, al menos yo,  y se queda con hambre que mata con la barra de pan que te ponen, que está muy buena. Yo pedí dos. Es un local donde venden cerveza y me pareció que todos eran cristianos allí.  Había una emigrante retornada de Estados Unidos, según nos dijo, que estaba con un hombre que hablaba español porque había estado viviendo en Cuba.  Tampoco hubo fotos.  EL pollo me tenía a mi con dedicación plena y exclusiva, y lleno de grasa hasta la muñeca, porque tampoco había tenedores ni cuchillos.

La tarde fue tranquila.  Kayumi creo que se fue a clase inglés y yo me fui al hotel de la piscina a esperar a Javier que está empeñado en nadar para hacer ejercicio.  Nadó catorce largos y tuvimos que venir en bajajs porque se le hacían mucho caminar los cuatro kilómetros de vuelta a casa.

Mañana será otro día.  En este momento el de la mezquita le disputa al del campanario el silencio de la tarde.  Rezan los dos a la vez.   Que pacientes son estos etíopes.

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