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Diario de un viajero por Rodolfo Lueiro: destino Etiopía

by labsgrup_pablo

18 de enero de 2013

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Hoy nos sorprendió una procesión cuando íbamos a comprar recuerdos.  Es inútil que me ponga a describirla porque no sabría como hacerlo.  En los ortodoxos no distingo a un obispo de un monaguillo y podría resultar irreverente. Pero los fieles me parecieron los únicos creyentes de la procesión.  Eran los que ponían ganas y entusiasmo cantando y dando palmas.  Los que iban por el medio de la marcha iban como mas distraídos como haciendo un trabajo con desgana.  Incluso a algunos se les ve hablando por el móvil. Claro que en el libro de instrucción de los móviles debería de venir indicado cuando no se deben de utilizar.  Por ejemplo, cuando vaya usted presidiendo una procesión o llevando el pendón o el estandarte o de acompañante.

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Claro que si dejamos esas cosas en manos de las telef’onicas, pues nunca verán mal que se utilice el móvil, incluso si se hace en plena procesión, porque la pela es la pela.  Y además siempre nos queda la duda, a los que miramos, si estará hablando con el de meteorología, con el de tráfico o con su arzobispo. En fin, que no me da para mas esto de la procesión porque tampoco sé a santo de que venía i cual era el motivo procesional.

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La procesión fue la nota de color de la jornada y por sorpresa en un día que estaba dedicado a hacer la maleta y a la compra de recuerdos.  Recuerdos que yo nunca soy partidario de comprar y mucho menos dedicarle un día del viaje a semejante cosa.  La mitad de las veces te presentas en casa con un montón de cosas que ya olvidaste de cual era para quien. Y lo peor es que al verlas todo el mundo se ponga a hacer el avión esperando que eso que acabas de desempaquetar no le toque a él.  No, a mi no, a mi no, eso a mi no, le va a quedar mejor a…  No, para mi no, para mi no…

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Qué puede uno comprar en Etiopía que le haga ilusión a las personas que conoces.  Pues nada que compense el esfuerzo de ir con una bolsa de mano 24 horas de viaje, o que te obligue a pagar un sobrepeso en el avión.  Nada.  Ni las bolsas de medio kilo de café de Etiopía.  Pero el cooperante, que debió de aprender en un libro de buen comportamiento como deben de mantenerse las relaciones familiares, casi me obligó a llevar algo de regalo para cada miembro de la familia.  Un desastre.  Lo único bueno de todo es que en total, no me habré gastado ni cincuenta euros.  Y si en el avión no me lo dejan pasar, pues en el aeropuerto se queda y santas pascuas. Que qué mejor puede haber que un buen abrazo y unos besos en el reencuentro.

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Pero si la nota de color fue la procesión,  el sobre salto del día me lo llevé después de hacerle una foto a una silla vacía que estaba situada en la acera.  Una silla vieja y rota, remendada con unas cuerdas, que hubiera dado por abandonada sino fuera porque en ella había visto sentada a una de los chicas de la ora, o como se llame en Etiopía,  que yo retraté y porque hoy, justo al lado, tenía los bártulos de un limpiabotas.  Me pareció muy emblemática de la situación del país y le hice una foto.  Ese fue mi error, una sola foto.  Acababa de pasar al lado de un hombre que estaba tirado en la acera y de hacerle una fotografía, cuando me encontré con la silla.  No lo dudé ni un segundo.  Una silla destrozada, que en el lugar de sentarse, en vez de una tabla, tenía puestas dos cuerdas.  Era un ejemplo de hasta donde llegaba la pobreza.  Le hice una sola foto y seguí andando.  A los 15 o 20 metros había otro hombre tirado en la acera que me pareció que dormía.  Me paré y le hice un par de fotos.  Era la hora de la comida, el Elga Café ya había cerrado y había poca gente en la calle.  Y por eso oí con claridad una voz enérgica que parecía dar órdenes.  Me di la vuelta por curiosidad y tardé en adivinar de donde procedía.  Era de una mujer, baja, vestida con camisa y pantalón vaquero que se dirigía a mi hablándome en un perfecto e inteligible inglés.  Me pareció entenderle que no podía hacer fotos.  Pensé en el hombre tirado que había retratado en primer lugar, porque estaba muy cerca de la Oficina central de Correos etíope.  Y le respondí que no salía la imagen de la oficina.  Pero me dijo que no, que no era el hombre, que era la silla.  La silla? Le pregunté incrédulo.  No puedo retratar una silla vacía.  No, no se puede, está prohibido, me dijo muy enfadada.  Pero si queda muy bonita, le dije.  Y se enfadó mas e insistió en que esa foto estaba prohibida.  Y se lo creí, claro.  Un guardia me había llevado a detrás de una caseta  y me había echado un largo responso por hacerle una foto a un palacio a trescientos metros de distancia.  En Bahir Dar, que no lo conté, me prohibieron, por ordenanza militar y no se qué cuestión de seguridad nacional, hacerle una foto a un canal de agua, que procedía del Nilo, y lo mismo me había pasado a la salida de Dire Dawa en el camino a Harar.  Así que me lo creí, que algún secreto debía de tener aquella silla para que estuviera prohibido retratarla.  Y qué hacemos? Le pregunté.  Usted la borra ahora mismo o va usted detenido.  No me lo podía creer y aquella mujer no me enseñaba nada, solo un mal humor notable, una voz muy enérgica y mucho convencimiento de que podía incluso mandar que me fusilasen. Bueno, le dije en un perfecto castellano,  ahora mismo la borro que dentro de diez o quince minutos volveré por aquí y ya le haré otra.  Ok ? Ok, me dijo.  Y así hicimos.  Yo la borré y al cabo de un rato, desde la acera de enfrente le hice una foto.  No es tan buena y, además, ahora la silla tiene una chaqueta en el respaldo.

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Para unas cosas son muy mirados, es lo que tienen estos etíopes.  Hay cosas que no se pueden fotografiar y entre ellas está esa silla.  Sin embargo, después se esfuerzan por hacerte comprender una señal de stop en un cruce. Y no tienen una, sino dos señales distintas para indicar que se debe hacer stop.

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Después de haber borrado la foto te queda un poco de mal cuerpo por haberte dejado intimidar por una mujer que, solo me mostró su mal carácter y sus dotes de mando.  Me quedé pensando si debería de haberle pedido alguna justificación, algún carnet,  que abalara la autoridad que parecía ejercer.  Pero el mal cuerpo me duró poco, era la hora de la comida y como me voy mañana, los cooperantes pensaron en un homenaje.  Nos lo dimos, a base de lo de siempre, trocitos de carne de cabra y el Tegabino con enyera.  Y mucho pan.

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Y como siempre nos fuimos a tomar café al continental, el que fue el primer hotel de Dire Dawa y que hoy está un poco destartalado.  Pero hay que mimarlo, tienen buen café y pronto caerá victima de la piqueta inmobiliaria, pues de las cuatro esquinas de ese cruce, la mitad ya han caído.  Allí nos enteramos de que la Heneiken se había hecho con una participación importante o total de la cerveza Harar.  Mira que tienen gracia estos etíopes eligen para marca de una cerveza el nombre de una ciudad en la que hay 84 mezquitas, desde donde se condena el consumo de alcohol.  Pues son así.

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Por la tarde nos fuimos al triangle Hotel, el cooperante se bañó y yo anduve enredando en el ordenador porque no les funcionaba la wifi.  Después, antes de que anocheciera, que lo hace sobre las seis de la tarde, nos vinimos andando los cinco kilómetros que hay hasta casa  con la intención de dejar hecha la maleta antes de meterme en la cama.

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Que mañana me vuelvo a casa, que mañana se cumplen 31 días que salí para venirme aquí, al corazón de África.

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Claro que si dejamos esas cosas en manos de las telef’onicas, pues nunca verán mal que se utilice el móvil, incluso si se hace en plena procesión, porque la pela es la pela.  Y además siempre nos queda la duda, a los que miramos, si estará hablando con el de meteorología, con el de tráfico o con su arzobispo. En fin, que no me da para mas esto de la procesión porque tampoco sé a santo de que venía i cual era el motivo procesional.

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La procesión fue la nota de color de la jornada y por sorpresa en un día que estaba dedicado a hacer la maleta y a la compra de recuerdos.  Recuerdos que yo nunca soy partidario de comprar y mucho menos dedicarle un día del viaje a semejante cosa.  La mitad de las veces te presentas en casa con un montón de cosas que ya olvidaste de cual era para quien. Y lo peor es que al verlas todo el mundo se ponga a hacer el avión esperando que eso que acabas de desempaquetar no le toque a él.  No, a mi no, a mi no, eso a mi no, le va a quedar mejor a…  No, para mi no, para mi no…

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Qué puede uno comprar en Etiopía que le haga ilusión a las personas que conoces.  Pues nada que compense el esfuerzo de ir con una bolsa de mano 24 horas de viaje, o que te obligue a pagar un sobrepeso en el avión.  Nada.  Ni las bolsas de medio kilo de café de Etiopía.  Pero el cooperante, que debió de aprender en un libro de buen comportamiento como deben de mantenerse las relaciones familiares, casi me obligó a llevar algo de regalo para cada miembro de la familia.  Un desastre.  Lo único bueno de todo es que en total, no me habré gastado ni cincuenta euros.  Y si en el avión no me lo dejan pasar, pues en el aeropuerto se queda y santas pascuas. Que qué mejor puede haber que un buen abrazo y unos besos en el reencuentro.

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Pero si la nota de color fue la procesión,  el sobre salto del día me lo llevé después de hacerle una foto a una silla vacía que estaba situada en la acera.  Una silla vieja y rota, remendada con unas cuerdas, que hubiera dado por abandonada sino fuera porque en ella había visto sentada a una de los chicas de la ora, o como se llame en Etiopía,  que yo retraté y porque hoy, justo al lado, tenía los bártulos de un limpiabotas.  Me pareció muy emblemática de la situación del país y le hice una foto.  Ese fue mi error, una sola foto.  Acababa de pasar al lado de un hombre que estaba tirado en la acera y de hacerle una fotografía, cuando me encontré con la silla.  No lo dudé ni un segundo.  Una silla destrozada, que en el lugar de sentarse, en vez de una tabla, tenía puestas dos cuerdas.  Era un ejemplo de hasta donde llegaba la pobreza.  Le hice una sola foto y seguí andando.  A los 15 o 20 metros había otro hombre tirado en la acera que me pareció que dormía.  Me paré y le hice un par de fotos.  Era la hora de la comida, el Elga Café ya había cerrado y había poca gente en la calle.  Y por eso oí con claridad una voz enérgica que parecía dar órdenes.  Me di la vuelta por curiosidad y tardé en adivinar de donde procedía.  Era de una mujer, baja, vestida con camisa y pantalón vaquero que se dirigía a mi hablándome en un perfecto e inteligible inglés.  Me pareció entenderle que no podía hacer fotos.  Pensé en el hombre tirado que había retratado en primer lugar, porque estaba muy cerca de la Oficina central de Correos etíope.  Y le respondí que no salía la imagen de la oficina.  Pero me dijo que no, que no era el hombre, que era la silla.  La silla? Le pregunté incrédulo.  No puedo retratar una silla vacía.  No, no se puede, está prohibido, me dijo muy enfadada.  Pero si queda muy bonita, le dije.  Y se enfadó mas e insistió en que esa foto estaba prohibida.  Y se lo creí, claro.  Un guardia me había llevado a detrás de una caseta  y me había echado un largo responso por hacerle una foto a un palacio a trescientos metros de distancia.  En Bahir Dar, que no lo conté, me prohibieron, por ordenanza militar y no se qué cuestión de seguridad nacional, hacerle una foto a un canal de agua, que procedía del Nilo, y lo mismo me había pasado a la salida de Dire Dawa en el camino a Harar.  Así que me lo creí, que algún secreto debía de tener aquella silla para que estuviera prohibido retratarla.  Y qué hacemos? Le pregunté.  Usted la borra ahora mismo o va usted detenido.  No me lo podía creer y aquella mujer no me enseñaba nada, solo un mal humor notable, una voz muy enérgica y mucho convencimiento de que podía incluso mandar que me fusilasen. Bueno, le dije en un perfecto castellano,  ahora mismo la borro que dentro de diez o quince minutos volveré por aquí y ya le haré otra.  Ok ? Ok, me dijo.  Y así hicimos.  Yo la borré y al cabo de un rato, desde la acera de enfrente le hice una foto.  No es tan buena y, además, ahora la silla tiene una chaqueta en el respaldo.

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Para unas cosas son muy mirados, es lo que tienen estos etíopes.  Hay cosas que no se pueden fotografiar y entre ellas está esa silla.  Sin embargo, después se esfuerzan por hacerte comprender una señal de stop en un cruce. Y no tienen una, sino dos señales distintas para indicar que se debe hacer stop.

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Después de haber borrado la foto te queda un poco de mal cuerpo por haberte dejado intimidar por una mujer que, solo me mostró su mal carácter y sus dotes de mando.  Me quedé pensando si debería de haberle pedido alguna justificación, algún carnet,  que abalara la autoridad que parecía ejercer.  Pero el mal cuerpo me duró poco, era la hora de la comida y como me voy mañana, los cooperantes pensaron en un homenaje.  Nos lo dimos, a base de lo de siempre, trocitos de carne de cabra y el Tegabino con enyera.  Y mucho pan.

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Y como siempre nos fuimos a tomar café al continental, el que fue el primer hotel de Dire Dawa y que hoy está un poco destartalado.  Pero hay que mimarlo, tienen buen café y pronto caerá victima de la piqueta inmobiliaria, pues de las cuatro esquinas de ese cruce, la mitad ya han caído.  Allí nos enteramos de que la Heneiken se había hecho con una participación importante o total de la cerveza Harar.  Mira que tienen gracia estos etíopes eligen para marca de una cerveza el nombre de una ciudad en la que hay 84 mezquitas, desde donde se condena el consumo de alcohol.  Pues son así.

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Por la tarde nos fuimos al triangle Hotel, el cooperante se bañó y yo anduve enredando en el ordenador porque no les funcionaba la wifi.  Después, antes de que anocheciera, que lo hace sobre las seis de la tarde, nos vinimos andando los cinco kilómetros que hay hasta casa  con la intención de dejar hecha la maleta antes de meterme en la cama.

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Que mañana me vuelvo a casa, que mañana se cumplen 31 días que salí para venirme aquí, al corazón de África.

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