La Zona Monumental

No son los turistas, es la economía. 

El Concello de Santiago se muestra preocupado por el despoblamiento de la zona Monumental y,  en consecuencia,  ha paralizado la reconversión de las viviendas en negocios de hospedaje.  Se toman dos años para reflexionar qué hacer ante la fuga de los vecinos que amenaza con convertir la Zona Monumental en una ciudad museo. El valor que pierde esta ciudad con  el descenso vecinal es que deja de ser una ciudad activa, viva, para convertirse en un parque temático.  Es decir, se deprecia como producto turístico.   Y eso es verdad, pero en esta consideración se trata a los vecinos como a figurantes  cuya función, como en las películas, solamente es estar ahí, para darle verosimilitud a la ciudad.  Este razonamiento, que es el que se hace en la administración, evidencia que se piensa en la zona monumental como zona turística, que es como se la ha tratado siempre.  Y así nos va.

La marcha de los vecinos de la zona  monumental no solo la convierte en un parque temático, en zona turística,  que ya lo es,  sino que amenaza el mantenimiento de las casas, del patrimonio.

Los vecinos no han abandonado toda la Compostela antigua, han abandonado el interior de sus murallas, lo que antes se llamaba comúnmente Zona Monumental y que algunos aún llamamos.  Las calles del exterior, el resto de las calles empedradas y de construcciones de granito, como Loureiros, San Roque, San Pedro, Lagartos, Trisca, Concheiros, Rosario, Castrón Douro, Hortas, etc, ni se han visto ni se ven afectadas, quizá porque en ellas le compensó a los vecinos la rehabilitación de sus viviendas, por su tamaño y habitabilidad, y , en consecuencia, en estas calles el abandono resulta un hecho excepcional.

En la Zona Monumental viene disminuyendo el número de sus habitantes desde finales de los sesenta del siglo pasado. Hasta entonces se vivíaen todas las casas, hasta en los más majestuosos edificios.  En todos.   Desde los palacios de Amarante o de Bendaña  hasta los tejados de la catedral,  donde lo hacía con su familia el sastre del Cabildo.  El que la ciudad, a mediados del siglo XX estuviera tan activa como lo había estado en los ocho siglos anteriores, le confería más espectacularidad a Compostela.  Ese valor no se ha podido, no se ha querido o no se ha sabido conservar, llegándose a la situación actual de despoblación, probablemente, irremediable.

Achacar al turismo el despoblamiento es desconocer Compostela. La causa es lo caro y difícil  que resulta convertir esas viejas casas en viviendas que puedan competir, en confortabilidad y servicios, en el mercado inmobiliario.  Por eso los vecinos se van, ahora y siempre.

La despoblación de la zona monumental comenzó cuando los criterios de confortabilidad cambiaron en la sociedad, cuando a esta ciudad aislada durante tantos años llegó también el desarrollismo de los años sesenta.  Los vecinos empezaron a abandonar el centro monumental cuando tuvieron a dónde ir, cuando hubo alternativa.  Fue entonces cuando se comenzó a considerar que las viviendas de este centro histórico no ofrecían ningún confort. De manera que los que vivían en régimen de alquiler fueron los primeros en acudir a las ofertas de las nuevas construcciones que se levantaban en el Ensanche, ellos serían sus primeros vecinos.  Pues para ellos, que eran los de mayor poder adquisitivo, se construían las nuevas viviendas con todas las modernas comodidades de la época.

La calefacción, el cuarto de baño en la habitación principal, aparte de otro y un servicio para el resto de la casa, las habitaciones con ventana , el ascensor y el garaje en el edificio fueron la causa de ese primer éxodo que produjo un vacío notable, pues en aquellas fechas las familias no eran monoparentales, precisamente.

Ese cambio de los parámetros de la confortabilidad convirtieron de repente las señoriales casas, que acababan de dejar en la Zona Monumental los nuevos propietarios del ensanche, en viejas, húmedas, oscuras y frías viviendas en las que nadie deseaba entrar a vivir.

A partir de ahí, la marcha de los vecinos de la Zona Monumental fue constante y el deterioro del patrimonio empezó a ponerse de manifiesto porque a los propietarios les resultaba económicamente imposible acometer la modernización de esas viviendas a las que, al quedarse vacías, el paso del tiempo acrecentaba su mal estado.   Y eso fue lo que preocupó a las administraciones públicas: la salvación del patrimonio.  En consecuencia, edificios tan notables como los pazos de Amarantes y Bendaña, pasaron a propiedad pública, como lo hicieron después el Salón Teatro, el Teatro Principal y otros edificios menos destacados.  También la iniciativa privada entró y modificó el uso de los edificios de la zona Monumental, no resultaba una mala inversión de marketing ayudar a recuperar Compostela y estar presentes en uno de los lugares más visitados de España .   Las Cajas gallegas se harían con el Banco de Olimpio Pérez en Cervantes,  la Casa de los Mosquera en O Preguntoiro y la de la ferretería Buján en la Rúa do Vilar y poco a poco empresas  como Sargadelos, Couceiro, Florentino o El Galeón también fueron reconvirtiendo antiguos edificios de viviendas familiares en centros representativos, de oficinas, de negocios o de cultura  gracias a la permisividad del Concello para interpretar la normativa urbanística para la zona. 

Este proceso de ocupación , que es también de reconversión de usos, tampoco es la causa de que se vayan los vecinos, es un proceso que va detrás del despoblamiento.  Como tampoco son los turistas que vienen, de manera masiva a partir del año 92,los que expulsan a los vecinos de la zona Monumental, es la incapacidad económica para una rehabilitación que permita viviendas de una confortabilidad actualizada.

En el 92 la estructura vecinal y comercial de la Zona ya han desaparecido.  Peluquerías, sastrerías, consultas médicas o de abogados, joyerías, sociedades recreativas, oficinas de club de fútbol, mercerías, panaderías, zapateros y zapaterías ya habían cerrado por ruina o por traslado al ensanche siguiendo a sus clientes.

Pero es en el 92 cuando comienza la transformación de la ciudad. Poco después del cierre de la Puerta Santa, en los días de enero del 93, el limpiabotas del Alameda hacía su síntesis del año: “En los otros años santos los hosteleros del Franco se compraban un coche, este año se compraron un piso”.   La industria del turismo había llegado, su polígono industrial sería la Zona Monumental.  Los vecinos siguieron marchándose.  Pero a partir de entonces añadiendo el ruido a uno de sus motivos.

Vivir en la Zona Monumental tiene su encanto pero está claro que cada vez le compensa a menos gente.  Nadie paga un alquiler por una vivienda sin rehabilitar con paredes y techos de barrotillo, suelos inclinados de maderas crujientes, puertas que mal cierran y ventanas por las que se cuela el aire y el frío.  Ah! y con la mitad de las habitaciones venecianas, de esas que tienen un ventanuco en lo alto que da al pasillo o, con suerte, a la salita que tiene galería.   Y las restauradas le compensan a poca gente, a la mayoría le cuesta pagar un alquiler y no tener el garaje debajo de casa o cerca, ni ascensor, ni posibilidades de gas, ni de fibra, ni contenedores de basura y, en muchísimos casos, ni el necesario silencio de las noches.

Es necesario que las autoridades y los vecinos de toda la ciudad reflexionemos qué hacer con la Zona Monumental.  Su despoblamiento es un problema y no solo porque la convierta en un museo sino por las consecuencias que está teniendo sobre la conservación del patrimonio.

Y Santiago no es Barcelona. En la ciudad condal se han tomado medidas contra los apartamentos turísticos porque consideran que sobresatura la ciudad de turistas, encarece el alquiler, genera problemas de convivencia y expulsa a los vecinos. Barcelona la visitaron el año pasado, en el 2015, 8,9 millones de personas y cuentan que en el barrio Gótico se han tenido que ir el 40% de los vecinos.   Nada que ver con esto.  Aquí a penas queda nadie, el ayuntamiento le paga a las compañías aéreas para que traiga más turistas y los problemas de convivencia se generan por las noches, sobre todo de jueves a domingo, y sin necesidad de turistas, que no vienen durante cinco meses al año.

El abandono vecinal, que se va a seguir produciendo irremediablemente, aunque ahora cada vez se notará menos porque ya no queda casi nadie, seguirá poniendo en abandono el patrimonio.   Su recuperación, salvo intervención pública, solo es posible si resulta rentable.   No es tiempo para que  empresas y fundaciones  se vengan a la ciudad buscando imagen y realce para sus sedes.  La gestión pública sobre la Zona Monumental se ha olvidado de los vecinos y ahora ya es tarde.  Se ha apostado decididamente por lo que hay, un parque temático al servicio de la hostelería y, sin embargo, se sorprenden de que ahora la única forma de rentabilizar el elevado coste de las rehabilitaciones sea con el alquiler a los turistas.

Se han hecho las cosas mal, muy mal.  Nunca se ha pensado en la Zona Monumental como un lugar para vivir.  A principios de los años sesenta del siglo pasado, cuando la calle de La Rosa era un barrizal, se levantaron todas las calles enlosadas de la zona Monumental para enterrar los cables de la luz y de teléfono.  Recientemente  ni siquiera llegó a plantearse la conveniencia de que los vecinos disfrutaran del gas y la fibra óptica.  Por los barrios se han dispuesto zonas de aparcamiento para los residentes aquí los Parkings públicos cercanos cuestan 130 euros al mes.  La disciplina urbanística solo es de obligado cumplimiento para los vecinos, las administraciones suben alturas, modifican interiores y fachadas, sin considerar las consecuencias que eso pueda tener para vecinos colindantes.

La zona monumental ya es territorio turístico.  Ahora cuando  los vecinos que todavía permanecen ni se notan, cuando ya no tienen relevancia ninguna, cuando su ausencia convierte la ciudad monumental en un frío parque temático es cuando las autoridades comienzan a preocuparse por ellos.   Les fallan los figurantes.

M. de Brandón



 

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