Una semana en Cabo Verde, el archipiélago reposado

Salinas de Pedra de Lume (foto vía capeverdeislands.org)

Hasta ahora, nuestros grandes viajes nos han llevado hasta destinos sabidos pero no demasiado conocidos, como Tailandia, Cerdeña o Japón. Nos embarcamos hoy a un destino por descubrir y una gente por conocer. Os proponemos que nos acompañéis una semana a Cabo Verde, el archipiélago reposado.

Las diez islas que componen esta nación insular africana nos revelan una realidad antes de que aterricemos: obviamente no es un cabo, porque se trata de diez ínsulas. Y en segundo lugar: apenas vemos en el territorio pastos verdes, pues como las islas de la Macaronesia, su origen volcánico nos enseña desde el aire perfiles ennegrecidos o casi blancos. La república de Cabo Verde, vista desde el aire, parece una avanzadilla desértica del Sáhara sobre el Atlántico.

Nuestro viaje despega desde la terminal de Lavacolla con dirección a África. Aterrizamos en la Ilha de Sal tras unas cuatro horas de vuelo. En el pasado reciente, algunos operadores turísticos vendieron Cabo Verde como una especie de alternativa, cercana y barata, a los viajes al Caribe. Aunque las playas de arena blanca y las aguas de azul turquesa invitan a la comparación, realmente no existe una equivalencia. La república de Cabo Verde tiene un perfil desértico y no experimentó un desarrollo turístico tan profundo como los países americanos.

Una población nativa escasa –hay más caboverdianos viviendo fuera del país que dentro– y una apertura tardía al fenómeno del turismo hacen que nos encontremos hoteles sencillo pero confortables y que podamos experimentar la sosegada soledad de playas kilométricas con pocos visitantes.

Nuestra semana comienza en Sal. La topónimo, en esta ocasión, nos dice la verdad: esta ínsula tenía como principal actividad económica la explotación de salinas. La extracción de este condimento cesó a finales del siglo XX. Las salinas ahora abandonadas se extienden alrededor de la Pedra de Lume, como los desordenados dientes de color rosa, malva o blanco de lo que fue una boca de fuego y hoy se encuentra llena de agua salada. Este cráter, de forma circular y llama apagada, parece un vigilante soñoliento de ese espejismo del paraíso que es la Ilha de Sal. No es de extrañar que darse un baño en sus aguas sea una de las grandes atracciones turísticas y que muchos lo comparen con el mar Muerto.

La calma desnuda de su paraje, en el que ver un árbol en un páramo es como contemplar un milagro, nos empuja hacia el mar. La costa de Cabo Verde, al igual que sucede en las islas Canarias, está azotada por vientos continuos. Sus aguas turquesa se agitan y revuelven lanzando espuma hacia la costa desde los labios de sus agitadas olas.

Los deportes acuáticos tienen una meca en las playas de sal. Kite-surf, wind-surf o buceo son algunos de las actividades que podemos practicar o en las que nos podemos iniciar durante nuestro viaje. Un litoral amplio de arenales kilométricos, vivo por sus olas y sus tortugas, a los pies del cráter ciego, boca húmeda del volcán que dio vida a la isla. Si existe un momento podemos encontrarnos con nosotros mismos muy lejos del punto del que partimos, es este.

Aunque la belleza honrada del paisaje, o las olas brillantes o el sol suave son motivos para visitar Cabo Verde, dejaremos nuestro corazón conservado en sal si conocemos más de cerca a sus habitantes.

En el crioulo caboverdiano encontramos una palabra para no olvidar, morabeza, que apela a todos los buenos sentimientos de un pueblo: hospitalidad, amistad, cortesía, ganas de agradar, hacer lo que a uno le siente bien…En Espargos, capital de la Ilha de Sal, no encontraremos espárragos, pero sí lugares en los que vivir la experiencia de algunas de las señales de la identidad de Cabo verde: la comida, rica fusión de ingredientes y condimentos africanos, asiáticos y europeos con un especial apego por los productos del mar, y la música.

La música del país es de las más interesantes del mundo lusófono. Una fusión de raíces africanas, portuguesas, brasileñas y antillanas: el batuque, los ritmos y melodías del kolá y pilón , el funaná, la morna y la coladeira son algunos de los ritmos propios de Cabo Verde. Quizás la artista más conocida que ha dado el país sea Cesária Évora pero no es la única: nos encontraremos con talento, alegría u calidad humana allá donde las busquemos.

De esta tierra de superficie salada y corazón dulce y de capa desértica y antigua, regresaremos, sin duda con ganas de regresar.

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Viloria Grandes Viajes.

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