Ayer me vine cansado para casa dispuesto a dormir profundamente. No fue así, pero me mantuve en cama sin esfuerzo hasta las nueve de la mañana. Había decidido no echarme al camino hasta el día 2 y disfrutar de Lisboa durante dos días. Subí hasta el Castillo de San Jorge, donde nació la ciudad, ubicado en una de las siete colinas en las que se asienta Lisboa y antes de alcanzar su puerta me detuve a desayunar en una pastelería. Me contuve. Un cuenco de frutas, un zumo de naranja y unas tostadas de pan con aceite, “un pan torrado con óleo”.
No entré en el castillo, porque había una cola inmensa, con doscientas personas, por lo menos; pero paseé sus inmediaciones disfrutando de una mañana soleada con una temperatura que enseguida me hizo quitar el jersey. Empecé a bajar con calma por la Rúa do Recolhimento, me detuve en el jardín y parque infantil de la Fregresía Santa María Maior, en donde además de unos columpios hay un pequeño jardín y un mirador en el que hay una especie de cabina de teléfonos que funciona como una biblioteca, y puedes coger uno de sus libros y quedarte leyendo en el jardín. Por supuesto que hice todas las fotos al parque, a la colina de enfrente, que corona una iglesia y un monasterio y al crucero que estaba en el puerto a la orilla del Tajo. También le hice fotos a un montón de casas, de puertas, de ventanas, a un rincón donde crecía una buganvilla y al tranvía 28, posiblemente el tranvía más retratado del mundo.
A las doce había quedado en la Plaza do Comercio, otra reconstrucción del Marqués de Pombal. Había quedado con una de las guías de Free Tour para pasearnos, junto a otros diez españoles, por A Baixa Pombalina y O Chiado. Lo hicimos durante tres horas. Un paseo muy agradable, ameno e instructivo gracias a la guía, una mujer alicantina, licenciada en historia y dos o tres masters. Por supuesto que habló de la fundación de Lisboa por los fenicios, de la llegada de los romanos y de las sucesivas invasiones bárbaras, de la creación del Reino de Portugal por Alfondo Enriques, el nieto del Rey de León y Castilla, y también del terremoto de 1735, del Marqués de Pombal y del incendio que hace 31 años asoló el centro de Lisboa.
En el recorrido nos detuvimos ante el antiguo Animatógrafo del Rossio, predecesor de las salas de cine, donde todavía se mantiene la taquilla y la cartelera bajo el rótulo del local compartiendo fachada con unos dibujos de unas mujeres desnudas, una en cada extremo, que anuncian el sexshop donde ver videos porno en lugar de las películas inglesas de 1904. Hubo explicaciones en la Plaza del Rocio del monumento que los portugueses levantaron en memoria de Don Pedro IV, y contó la anécdota de que en vez de encargar que esculpieran su estatua reutilizaron la de Maximiliano de Austria, emperador de México, que el capitán del barco que la llevaba para allá la mandó descargar en Lisboa al enterarse de que Maximiliano había sido fusilado por los liberales de Benito Juarez. Fue un secreto durante un tiempo pero todavía hoy, la mayoría de los lisboetas no saben que el que está encima de la columna es Maximiliano de Austria y no se rey Don Pedro.
Nos llevó a la Plaza de la iglesia de Santo Domingo, nos pidió que entráramos a verla y después nos contó lo de su reconstrucción tras el incendio ocurrido a mediados del siglo XX y la razón por la que no figuraba un crucifico en su altar y tan solo una cruz de madera vacía en su fachada. Estando en una celebración de una ceremonia religisoa en la iglesia, el cura que la presidía, llamó la atención de sus feligreses diciendo que el cristo estaba llorando. Un judío, cristiano nuevo, le contradijo diciendo que el cristo no lloraba, sino que se estaba derritiendo porque era de cera y el sol llevaba un tiempo dándole de lleno. Allí mismo el cristiano nuevo fue acusado de hereje y llevado al Tribunal de la Inquisición, en la cercana plaza de Rossio, en donde fue condenado a ser arrojado al Tajo después de que a golpes se le rompieran todos los huesos de los brazos y las piernas. Ese día, el 19 de abril de 1506, comenzó una matanza de miles de cristianos nuevos que habiendo renunciado al judaísmo seguían viviendo en Lisboa.
En la misma plaza de la Iglesia de Santo Domingo hay un pequeño monumento con una estrella judía que recuerda esa matanza por la que la Iglesia Castólica , el arzobispo de Lisboa, no tuvo reparo en pedir perdón en el año 2.000 .
En O Chiado, ante la sede de la Guardia Nacional Republicana, mientras se producía el cambio de guardia en la garita de la fachada, nos resumió la Revolución de los Claveles, con brevedad y exactitud. Después nos llevó a la plaza del Café A Brasileira , uno de los más antiguos de la ciudad (1905) y de los más caros, junto a cuya terraza se recuerda al Inmortal Fernando Pessoa de quien la guía, como cierre del circuito, nos habló ante la fachada de la casa en que vivió mientras se ganaba la vida como traductor de inglés de cartas comerciales y escribía por él y sus setenta heterónimos sin que nadie lo supiera.
Era tarde cuando acabamos y me metí en el café de enfrente de la casa de Pessoa, el Café Lisboa, el restaurante del Teatro San Carlos, y me tomé una zero y una portuguesinha y un pastel de Lisboa. Más o menos una empanadita de carne, como una caña, y una especie de empanadilla de masa liviana de ternera
Ya tarde me fui a casa después de sentarme a tomar un helado en una terraza que hace esquina en una de las calles de la Baixa. Y mientras esto escribo estoy dudando entre marcharme ahora mismo hasta Belem, en un paseo largo, donde me pillará la noche, o dejar para mañana, a las 10.30, una visita de Free Tour a los barrios de Alfama y a Mourería.
Al final me busqué un restaurante en la ribeira de Alfama y me comí una sopa de verduras, una ración de jamón portugués curado en Extremadura y una lubina salvaje. Un lujo. Me salté el postre y sin atender que allí cerca hay multitud de lugares donde se cantan fados me fui directo a la cama.