Así que hoy a las ocho estaba en pie y a las diez y media en la Plaza do Comercio dispuesto a embarcarme, por 20 €, con el Free Tour de las españolas para ir en barco hasta la Torre de Belem.
Las vistas de Lisboa desde el mar son hermosas y durante la media hora que duró el paseo me sentí libre del colegio de turistas que abarrotamos el centro antiguo de la ciudad. El trabajo de la guía de nuevo de sobresaliente. Descripción de los monumentos atendiendo al momento en que fueron construidos, suavizando los datos de la historia con anécdotas, alguna sobraba, de manera que su relato entretuviera a todo tipo de visitantes. Una visita de tres horas que no se hizo pesada y que tan solo con la vistas de la ciudad desde el mar y del puente “25 de abril” estaría justificada.
Ya en tierra nos detuvimos ante el monumento a los descubrimientos portugueses, Padrao dos Descubrementos, levantado por Salazar en los años 60 del siglo pasado, como parte de una Feria del Mundo Portugués para enaltecer el ánimo de un pueblo que vivía en la pobreza y bajo una dictadura. Nos paramos también ante la Torre de Belem, uno de los edificios militares más bonitos del mundo, mandado edificar por Manuel El Afortunado, el del estilo manuelino, y entramos en la iglesia del Monasterio de Los Jerónimos, también iniciado bajo su reinado, donde reposan los restos de Vasco de Gama y Luis de Camoens y de donde salió la receta de los pasteles de Belén, uno se pierde por un dulce, cuando los monjes fueron expulsados de Portugal.
Lo de los pasteles de Belem no es un asunto menor. Los Pasteles de Belem, con mayúscula, que es una marca registrada, son esos canastillos de hojaldre rellenos de crema de huevo ligeramente tostados que el resto de los reposteros portugueses se han visto obligados a llamar natas. Estos pasteles los hacían en el Monasterio de los Jerónimos y su receta solo salió del monasterio cuando el repostero que los hacía se quedó sin trabajo, al igual que tantos otros, al ser clausurados todos los conventos y monasterios en Portugal, en el año 1834. Se dice que en una tentativa de supervivencia alguien del monasterio puso a la venta en aquella tienda cercana unos pasteles llamados “Pasteis de Belem”. Pronto adquirieron fama y tres años más tarde, en 1837 se inició la fabricación de los “Pasteis de Belem”, en las inmediaciones de la refinería de azúcar según la antigua “receta secreta” y con esta receta, que se mantiene inalterable, se siguen fabricando en la que se conoce como la Antigua Confitería de Belem.
Pero más allá de la anécdota están los datos económicos. Cada día se venden en esta confitería un mínimo de 20.000 Pasteis de Belem, alcanzando los 50.000 en los días de mayor afluencia de turistas. La cifra me pareció un exceso típico de los portugueses, de cuando la exageración era un tópico portugués. Pero una vez dentro de ese pequeño edificio, de bajo y dos plantas y de fachada de azulejos azules, comprendes que es posible que la cifra puede alcanzarse, pues las diez o veinte mesas que se ven desde la entrada y el pequeño mostrador donde hacen cola muchos turistas, no es nada con las salas que se abren en la trastienda y donde pueden estar sentado algunos cientos de personas. Allí comí hoy. Intentaba reprimirme y tomarme tan solo dos pasteles, pero entre el trabajo de localizar mesa y el tiempo de espera, decidí tomarme un pastel de verduras, un sanwich de pollo y un pastel de Belem y un tocinillo. Eso si que fue un ecxceso.
Después me vine andando para bajar el azúcar y por castigarme más subí hasta O Chiado unas escalinatas de las que se me quejó todo el cuerpo. Saludé a la estatua de Don Fernando Pessoa en la terraza de la Brasileira y le compré el periódico “Publico” al quiosquero que los vende en el interior del café, junto a las postales del poeta.
Me lié lo justo haciendo unas fotos mientras iba dejando caer hasta la Baixa en dirección a mi casa de la calle Franqueiros donde tengo alquilado un cómodo y hermoso apartamento para mi solo. Que mañana me echo a andar y tengo previsto dormir en una incómoda habitación colectiva del Albergue de Priate. Si llego a coger sitio.
Y estando aquí, en casa, terminando de escribir estas líneas me doy cuenta, que la separación que hay entre el salón y la mesa del comedor donde esto os escribo, está hecho de unas recias maderas que en otro tiempo formaron una pared. Pues es así, utilizando vigas de madera como se reconstruyeron las casas de A Baixa tras el terremoto, por disposición del Marques de Pombal, entonces Primer Ministro. Porque comprobaron que las estructuras de recias vigas de madera aguantaban mejor los terremotos. y por su acaso venía el segundo.