Dejar Lisboa cuesta porque sus barrios se estiran por la orilla del Tejo durante unos 16 kilómetros. Empecé a hacerlos un poco tarde, por un poco me quedo sin cama en el único lugar que da camas en Alpriate, el albergue de peregrinos de la Asociación de Peregrinos Via Lusitana.
Iban a dar las siete. Todavía no entraba el sol en las calles de Lisboa, que miran al sur, al rio que lo fue todo en la historia de esta ciudad y de este país. Una pintada en la fachada de un almacen del puerto se quejaba: “Pelo Tejo vai-se para o mundo: Para alem do Tejo há a América e a fortuna para aqueles que a encontraram. Ninguen nunca pensou no que há para alem do rio da mina aldeia” (Por el Tajo se va para el mundo. Más allá del Tajo está América y la fortuna para los que la encuentren. Nadie pensó nunca qué hay nmás allá del río de mi aldea)
No había mucha gente en las calles. Por el centro los taxistas buscaban turistas para llevar al aeropuerto, el autobús urbano viajaba vacio cumpliendo su horario. Solo algunas mujeres limpiaban en las tiendas y en los bares todavía cerrados. Tampoco había nadie por las calles de Alfama que recorrí a pesar de que había empezado a clarear a las cinco y media de la mañana, hora y media antes..
Daba gusto atravesar Lisboa cogiendo a vecinos y turistas descansando, pero menos mal que me había preocupado de fotografiar con mi móvil las páginas de una guía del camino para saber por dónde tenía que ir. No hay ni una señal que lo indique. Tan solo vi dos flechas amarillas pintadas a mano y, por el trazo, yo diría que con prisas, como si hacer el camino fuera algo clandestino o ilegal. Alfama es un barrio en la falda de la colina del Castillo de San Jorge y conserva la estructura árabe de sus fundadores. Allí se conserva la esencia de una Lisboa antigua, no la señorial, precisamente, la de los marineros y del Fado. Leí en alguna parte ( En internet, claro,) que el faro es la expresión musical del alma de Lisboa. La palabra fado proviene del latín “fatum” que significa “destino”. La frustración y el fatalismo que surge en los arrabales humildes, en los ambientes tabernarios y portuarios de la ciudad se reflejan en una música melancólica y nostálgica conocida como lado.
El callejero de Alfama es de calles estrechas y cortas, por lo que abundan los cruces y las confluencias. Resulta imposible mantener un camino determinado sin no está indicado. La alternativa es llevar apuntado el nombre de todas las calles. Es lo que hice, pero como algunas calles no tenían el letrero tuve que recurrir a preguntar a los vecinos, y me costó encontrarlos.
Los del ramo de la Xunta de Galicia no hacen su trabajo. La primera señal indicando el camino con aspecto oficial está en el medio del campo, a 20 kilómetros de la catedral de Lisboa. Para entonces yo ya había consultado la pantalla de mi móvil treinta veces y preguntado a diez personas que no siempre fueron capaces de decirme donde estaba la calle que buscaba. Me pasó en el Parque de las Naciones, donde se estableció la Feria Universal en el año de Lisboa, la Expo´98. Tenía que cruzar a Rúa das Gaivotas na terra para alcanzar la rúa de Fernando Pessoa y me encontré caminando hacia la Estación de Oriente, la de Calatrava, por una calle desconocida. Pregunté a tres personas por la Rúa del escritor y no supieron ni decirme por donde caía. La cuarta me orientó correctamente.
Pero para llegar al Parque de las Naciones hay que atravesar la mitad de la Lisboa del siglo XX. De todo todas las calles que recorrí, lo que más me gustaron fueron sus nombres: Largo do Chafariz de Dentro, Rúa do Paraíso, Calçada de Dom Gastau, Alameda do Beato, Rúa do Grilo, Gaivotas en Terra, Vale Fermoso, etc, etc. Por cierto, la rúa do Paraiso tiene su paradoja, pues es una larga cuesta que después de subirla cargado con tu mochila, te das cuenta que lo que vale la pena, lo hermoso y agradable es lo que has dejado atrás. No sé si habrá sido intencionadamente darle el nombre del Paraíso a esta calle que no te lleva a ninguna parte (especial), pues siempre dieron los portugueses muestras de ser enemigos de las religiones. El Marqués de Pombal, que era Primer Ministro y era masón, le prohibió a la iglesia católica en la reconstrucción de las iglesias tras el terremoto de 1735, que la altura máxima que le dieran no podía superar la de las casas adyacentes, prohibiéndoles así que destacaran por encima de los edificios de sus vecinos. Y en 1.834, con el triunfo de los liberales todos los conventos y monasterios fueron clausurados y expulsados sus monjas y monjes del país. Y cuando yo era un mozo, me contaba uno de mis tíos que tenía casa en Portugal, que un día le preguntó a uno de sus amigos, que era, como él, un hombre serio y culto, que por qué no entraba nunca en las iglesias, pues había visto que siempre se quedaba fuera en cualquier ceremonia, a lo que su amigo le respondió: “E que eu nao levo com o senhor da casa” (Es que no me llevo con el señor de la casa).
Lo que más me gustó del recorrido fue, sin embargo, la Praça de Leandro Da Silva que más que una plaza es un jardín en la confluencia de dos calles y a donde me llevó la Rúa do Azúcar. Ignoro quien es Leandro da Silva, pero supongo (mis suposiciones suelen ser erróneas) que es el jugador de ¡futbol brasileño David Leandro Da Silva, porque en esa plaza está la sede del Club Deportivo, Club Oriental Lisboa, y el deportista sería jugador de este club o, por lo menos, un jugador admirado por sus socios. Pero me parece que no por todos los vecinos pues el dueño de un restaurante que hay en la misma plaza, a su restaurante le ha puesto el nombre de “Jardim do Bispo”, que es como se debía de llamar antes.
El jardín no solo es bonito sino que lo es todo su entorno, sobre todo los centenarios almacenes industriales que ocupan dos de los tres frentes de esta plaza triangular.
El camino llega al Tejo mediado el Parque de las Naciones, a la altura del centro comercial Vasco de Gama hay que torcer a la derecha , por donde hay un estanque a cuyo borde ondean las banderas de todos los países del mundo. Por la orilla de este río el camino sigue hasta pasado el puente de Vasco da Gama, un puente construido hace veinte años, muy estilizado, que a mi me gusta mucho en su primer tramo atirantado, el resto es tan largo, mide en total algo más de 12 km, y tiene tantos pilares que parece un cien pies.
El recorrido es bonito porque va entre el rio y, en su primer tramo, las cafeterías y tiendas inauguradas cuando la Expo y, después,entre los jardines en los que está la estatua de la Reina Doña Catarina de Bragança.
Seguidamente el camino busca cruzar el rio Trancao, que desemboca en el Taj, un poco más allá del puente. Hay que alcanzar Socavem para pasarlo por el Puente Viejo. Y es en esta localidad, a unos 16 kilómetros de la catedral de Lisboa donde me paré a desayunar. Lo hice en la pastelería Doces Misturas, donde la amabilidad de las camareras consiguió que no me enfadara por el desayuno, con mi pequeño almorço. Lo único que estaba bien era el zumo de naranja. Es normal que las naranjas sean buenas en Portugal, ellos fueron los que las trajeron de la China. Aunque, pensándolo bien, también tuvieron cafetales en sus colonias y el café estaba intragable. Como el pan con aceite que me trajeron servido y el cruasan que se me hacía una bola antes de tragarlo. Pero aun así me atrevería a recomendarlo, está en el jardín de La República junto al puente por el que pasa el camino.
Cruzado el puente sobre el fangoso rio Troncao, el camino baja a la orilla y sigue rio arriba durante unos cuantos kilómetros atravesando brañas y junqueras y tierras de labradío abandonadas, con sus quintas arruinadas, y algunas pequeñas parcelas en producción. En el primer tramo, mientras se despega de la autopista, el ruido es casi ensordecedor, incluso para un sordo como yo. El graznido de las gaviotas, el tráfico de la A-1, el croar de las ranas y el zumbido de los aviones cogiendo altura dan, con un poco de imaginación, para crear una escena de pánico en las afueras de una gran ciudad, a la orilla de un rio que no acaba de oler bien. Yo como tengo tanta imaginación como oído, no llegué. a tener miedo. Confieso que por un momento pensé si aquellos sonidos de tumulto y confusión no serían una advertencia. Cuando se escucha una música así en una escena en el que un hombre solo camina por un paraje como este, nos están indicando que algo va a suceder. Pero no me dio para más. El sol apretaba, el camino no tenía una sombra y el peso de la mochila, algo más de 12 kilos, ne me dejaba fuerzas ni para tener miedo.
A los tres kilómetros los ruidos cesaron y el campo se puso en calma, solo los aviones, cada tres o cinco minutos seguían resultando inoportunos. El olor a fango del río desapareció o me acostumbré a él y el camino resultaba agradable, aunque de vez en cuando un vertedero de enseres caseros apareciera en los márgenes.
Alpriate tardó en llegar, no apareció hasta las 12.45, casi seis horas después de haber salido de la Seo de Lisboa. El pueblo es pequeño. Una plaza en un cruce de calles con un albergue con diez camas como único lugar donde pasar la noche.
Al llegar me acerqué a un anciano, podría sobrepasar los 90 años, quien antes de que le dijera nada me señaló estirando el brazo que fuera lo que fuera lo que yo estaba buscando que estaba pasada la curva que doblaba la calle como cincuenta metros a su derecha. Yo le iba a preguntar dónde estaba el albergue, pero seguí sus indicaciones, porque a tres metros de donde esta el anciano ya vi el letrero que decía Albergue y leí en el papel de la puerta “Abre a las 14.00 horas”.
Al doblar la curva ya vi el Snack-Bar Grillus . Pensé que también sería el único del pueblo y me apuré a entrar. Le pedí dos zeros a una señora muy triste que atendía en la barra y esperé a que llegaran las dos. A mi alrededor había cuatro o cinco peregrinos y seis parroquianos, de los que tres estaban sentado a una mesa comiendo. Pasado un tiempo nos quedamos solo dos personas en el bar, otro peregrino y yo, que no tardamos en hablar. Los dos éramos españoles y los dos habíamos hecho ya el Camino Francés.
De repente se precipitaron en el interior del bar un hombre muy hablador, que demostró ser políglota, de aspecto local, y cuatro peregrinos. En dos minutos el priateiro ya se había presentado como el hospitalero y nos preguntó si teníamos pensado quedarnos a dormir. Cuando le dijimos que si, no dijo que solo tenía diez plazas y era para los primeros que llegaran. Así qu cuando él quiso nos fuimos todos detrás de él. Y todavía no había cubierto la primera ficha ni cuñado la primera credencial, cuando ya salió a la puerta a colgar el cartel de “Completo. Más tarde, ya duchado y con mi ropa puesta a secar al sol en el tendal del patio, en el Snack-Bar Grillus vi como cuatro peregrinos tomaban un taxi que había venido de Lisboa a buscarlos.
Ahora son las 18.10 cuando voy a cerrar esta entrega. En la mesa de al lado, seis huéspedes del albergue están comiendo todavía o cenando ya. Son una pareja de mujeres que habla inglés, una pareja mixta que habla francés y otra pareja mixta también anglófila de aspecto rudo, aunque ella con sentido del humor, pues cuando hace un par de horas le pedí perdón por haberme dejado sorprender en calzoncillos en el patio del albergue, me respondió que no me preocupara que le había resultado muy agradable. Sabía que era una broma, su marido es fuerte como un camionero de los de antes y se parece a Hemingway, que ya sabemos que era capaz de todo.