Al fin! El campo. Ahora sí que Lisboa está lejos. El campo, hoy tierras de labor en las riberas del Tajo. Niebla hasta pasadas las nueve lo que nos facilitó el camino, como contrapartida perdimos visibilidad y la luz siempre animosa del sol, aunque abrase. Aunque las fotos, ya pasado Cartaxo, tienen su encanto.
Salimos de la casa donde dormimos, en la larga de Santo Antonio, a las 5.40 de la mañana. No había abierto el día todavía y había niebla, por la proximidad del Tajo. El pronóstico era de día soleado con temperaturas de hasta 28 grados, a las cuatro de la tarde.
Varada está ya en el rural, pero los primeros tres o cuatro kilómetros, hasta Cartaxo, el camino transcurre por una especie de calle urbana. Entre el murallón contra las subidas del rio y una hilera de casas de planta baja. Nos llevó cerca de una hora abandonar esta extraña urbanización que se mantuvo hasta llegar a Cartaxo. Donde nos llevamos la primera sorpresa del día. En nuestros mapas figuraba Porto de Muge como población más próxima a Varada, pero en la ruta que nos marcaron las flechas no lo vimos o, por lo menos no vimos ningún cartel con ese nombre.
Es a partir de esa localidad donde el camino toma la ruta de las quintas, esas fincas de explotación agraria, cuyas viviendas parecen en la actualidad abandonadas. Salvo dos, al menos, la Quinta Marchanta” que se ha reconvertido en una casa de turismo rural y ecuestre y la Quinta da Burra, que se anuncia sin seleccionar al tipo de huéspedes. Claro que con ese nombre no parece apropiado anunciarse como turismo ecuestre, dado el aprecio y la consideración de los caballistas por sus monturas.
Pero lo importante es que el camino, pese a la niebla resultó muy agradable. La primavera ayuda, el campo está florido y gracias a la hora, salimos de Varada a las 5.40, no dejó de acompañarnos el canto de los pájaros. Sin embargo, vi pocos animales. Una perdiz estuvo correteando durante unos cien metros delante de mi, dos jilgueros, emparejados ya, esperaron a que llegara a su altura para echarse a volar. Y nada más. Bueno, si. Cada pocos metros me encontraba con caracoles tratando de llegar al otro lado del camino. Pero también con el rastro baboso de los que lo habían logrado. y los cadáveres de los que se habían quedado en el camino. incluso me encontré con uno que, llegado a la mitad del camino, se dio la vuelta. Pensé en seguida, ¿Qué se habrá olvidado el cabrón? No se me ocurrió que se hubiese arrepentido. Ignoro si los caracoles tienen esa capacidad.
La etapa fue corta y aunque tuve necesidad de quedarme en camiseta al poco de echarme a andar, el calor no apretó hasta pasadas las 9 de la mañana. La única incomodidad me la vino produciendo una piedrecita que se me metió en la zapatilla nada más salir de casa. Me la saqué a los 15 kilómetros porque creía que me había hecho una ampolla en la planta del pie. Fue solo un susto.
En la parada me detuve a desayunar. Mi pequeño almuerzo consistió en un bocadillo de jamón y cuatro quiwis, que me había agenciado en el bar donde a noche tomé algo, justo al lado de la casa donde dormimos y donde la dueña me puso de cenar lo que le dio la gana, un cuenco grandísimo con una lechuga entera y una cebolla y un plato de carne, de una carne que no pude identificar con ningún animal, ni ninguna de las partes a las que estoy habituado. ¿Serían mollejas?
Fue una jornada por unos parajes bonitos, aunque siempre con el temor del final que se nos anunciaba para los últimos tres kilómetros como de fuerte subida. La ciudad de Santarém está en un alto, desde donde domina El Valle del Tajo. Al final es una cuesta más por una carretera constante tráfico y que puede costar un mayor esfuerzo los días de calor, como hoy, pues estando al final de la etapa siempre nos coge en una de las horas den que más aprieta el sol.
No fue dura la etapa y pudimos disfrutar del camino por entre tierras de labor, sobre todo después de Cartago. Sin embargo, pese a ser una etapa sencilla, hubo dos bajas. Dos hombres. un francés y un croata. al francés le salieron ampollas en ambos pies y necesitó acudir al hospital. allí le atendieron, le vendaron los pies y le recomendaron dos días de reposo. El croata tuvo peor suerte, se torció un tobillo siete kilómetros antes de llegar a Santarém y ne hesitará más tiempo para reanudar la marcha. posiblemente tenga que retirarser.
Santarem es una ciudad antigua y muy luminosa, como todas las portuguesas porque conserva su estructura antigua y sus edificaciones bajas que permiten la entrada de la luz del sol en la ciudad. Presume de ser la ciudad de Portugal que más monumentos góticos tiene. En ella residió, en su momento, uno de los reyes de Portugal y es una ciudad que merece una visita más detenida que la que pueda hacerle un peregrino tras una jornada en el camino.
Hoy, a última hora, tuve t fuerzas para darme un paseo por la ciudad que, como era domingo, parecía abandonada. Estaba vacía, no había gente por las calles. Solamente en la plaza junto a la iglesia, en la que está al lado de la del mercado, me encontré´çe con que se estaba celebrando algo con la participación de mucha gente. Me pareció una fiesta de estudiantes, pero no me paré a preguntarlo.
También había gente en los jardines que hay en lo que debió de ser la plaza de armas del antiguo castillo de Santarém del que hoy quedan la mitad de sus murallas que hacen balcón sobre el Tajo y desde donde hay una vista impresionante de la ribera del río. Eran familias que pasaban la tarde del domingo.
Fue una visita rápida a Santarém, sin tiempo para disfrutarla, apurado por escribir el resumen de esta jornada y que precipitadamente termino.