Ha sido una jornada corta, de 23,5 km. Una distancia que después de once días se hace sin esfuerzo. El problema son las lesiones que uno arrastra. La de hoy ha sido una etapa fácil, corta y muy llana. Nada que ver con las de treinta y tantos kilómetros y con cuestas. Parece que estoy haciendo una crónica de una etapa ciclista. Ha sido aburrida, por asfalto casi en su totalidad y por carreteras locales que nos llevaron por lugares sin nada memorable. Es difícil, sin ver las fotos, recordar algún detalle de los lugares por donde pasamos.
Es domingo y no encontré ni un bar hasta llegar a Avelás de Camino. Había caminado doce kilómetros y estaban a punto de ser las nueve de la mañana. Tuve que buscarlo. Estaba frente a la iglesia a unos cincuenta metros de la calle por donde discurre el camino a Santiago. Allí estaban los que me habían adelantado mientras yo me entretenía, con las fotos, en leer las razones por las que Avelás de Caminho le ha dedicado un jardín, el más pequeño que he visitado nunca, al pueblo francés, supongo que francés por el nombre, de St. Mèmme Les Carrieres, y también porque me paré a atender al pie que se me viene quejando desde hace días. Desayunamos juntos José, el catalán, Alam, el canadiense, Peter, el neozelandés y yo. Comimos mucho y pagamos poco, como es costumbre en los bares de los pueblos, donde el café cuesta 0,60 €.
Fui el último de los cuatro en dejar el Caminho Bar, en Avelás y posiblemente también el último que llegó a Águeda, pues me paré de nuevo, unos veinte minutos, en Aguada de Abaixo. Cuando ya entraba en Águeda, me encontré con la pareja de vacos y con ellos fui entrando en la ciudad. Caminamos juntos hasta después del puente y en la Plaza de la República, en la que tienen abiertas sus terrazas tres bares, decidimos detenernos a tomar algo. Allí se nos unieron la pareja de suizos y después de un rato yo me despedí. Mi albergue estaba cerca y me tiraba la ducha. Ellos habían elegido un albergue a la salida de Águeda, todavía tendrían que caminar un kilómetro y medio. El consuelo es que que ya lo tendrán andado cuando mañana se echen al camino.
Águeda bien vale una caminata a pesar de que, como esta, atraviese un rosario de pueblos, algún eucaliptal y cuatro leiras sin ningún atractivo. Una jornada más en que el disfrute del día no estuvo en el paisaje sino en la luz y en el sol. Aunque no es difícil alegrarse peregrinando, el ejercicio al que te obliga el camino te dispone el ánimo para el optimismo. Razón por la que uno se encuentra bien y a gusto aún sufriendo tanto y sin nada que te reconforte
Es difícil justificar el contento cuando se camina sobreponiéndose uno a sí mismo, superando molestias y dolores sin ningún otro objetivo que cubrir la etapa. Pero después de unas jornadas uno se encuentra bien, muy bien. Es posible que el ejercicio y la tranquilidad de saber que no estás para nada durante un mes te dispongan mentalmente para encontrarte satisfecho y feliz, pues no doy con otras razones. Y será eso lo que empuja a muchas personas a echarse a andar. Aquí, la mayoría ya fue a Santiago andando varias veces desde distintos lugares de partida.
En el camino nos venimos cruzando desde hace días con peregrinos que marchan en sentido contrario. Son los que van a Fátima. La mayoría se somete a caminatas de cincuenta o setenta kilómetros diarios en pocas jornadas para acudir a una cita religiosa. Les mueve la fe. Yo diría que ellos van allá en busca del milagro o en cumplimiento de una promesa. Hacen un esfuerzo descomunal como sacrificio o como ofrenda. Los caminos de Santiago también se recorren por otras razones.
Para muchos es el camino, no la llegada, lo que importa. Aunque sin alcanzar Santiago la partida queda inconclusa y no se da por terminada. Hace dos días un francés y un croata cayeron heridos en el camino; ampollas y un esguince, respectivamente, les dejaron fuera de juego. Ayer otra persona, creo que alemán, tuvo un tirón y esta mañana anunciaba lloroso que se iba a quedar dos días en Sernadelo a ver si era capaz de reponerse para volver a caminar de nuevo.
Confieso que cada mañana, cuando comienzo a andar, ignoro donde voy a dormir porque no sé hasta dónde seré capaz de llegar. Cada pocos kilómetros me descalzo y me masajeo el pie derecho que tengo tocado. Me duele debajo como si amenazase con sacar adelante una ampolla, me duele el dedo gordo, se me estrangula el de al lado y se queja el que está en medio de los cinco. A veces pienso que mi pie tiene inestabilidad emocional, que se cela de mi pie izquierdo que está sano y porque me llevo con él de maravilla, soy zurdo de piernas. Si lo aguanto es porque a mi también me cuesta abandonar.
Es posible que el motivo por el que nos decidimos a caminar sea el mismo camino, los beneficios del ejercicio que te exige y del tiempo de desconexión al que te sometes; y es de suponer que algo ayudan el ambiente de confraternidad y el paisaje. Aunque puede que ese sentimiento de hermandad de los peregrinos tenga mucho de camaradería superficial e interesada; pues un buen ambiente ayuda a todos. Y respecto al paisaje, la naturaleza no ha tomado, estos días, el protagonismo que tiene en otros caminos pues hemos pisado mucho asfalto con la presencia casi permanente de pueblos o viviendas aisladas que no han aportado mucho, aunque haya joyas como Santarém o Tomar y sorpresas como la de hoy con Águeda.
En lo que llevamos andado, once etapas, hemos atravesado 50 pueblos, y de unos treinta o treinta y tantos no recuerdo nada que me llamara la atención. Y mira que soy fácil de contentar. Tomar, Santarém, Varada, Vila Franca de Xira, Golegá, Mehalhada y algunos más, como Águeda, si resultan memorables. Pero el turismo no justifica por sí solo el esfuerzo del camino, el cansancio con que terminamos cada etapa apenas nos deja fuerzas para disfrutarlos.
Me parece que llevo unos días haciendo unas crónicas intragables, con muchas perogrulladas. Debe ser el cansancio. Con el agotamiento mi imbecilidad se crece, se me retiran las cuatro neuronas activas que me quedan y el gobierno de mi cabeza queda en manos de las indisciplinadas, las más vagas e informales. Lo siento por vosotros.