De nuevo el final de etapa es el atractivo estético de este camino. Ponte de Lima es uno de mis pueblos pequeños preferidos en Portugal. Ponte de Lima y Tavira y me cuesta dejar fuera O Portiño da Rábida con buen tiempo. Estoy pues en Ponte de Lima y lo demás casi no importa. Caminé treinta y muchos kilómetros para llegar aquí. No hubo cuestas, no tuve que hacer ningún esfuerzo exagerado, ha sido una etapa deliciosa a pesar de que no pude celebrar el desayuno como acostumbro. Todas las mañanas salgo en ayunas al camino. Mi pequeño almuerzo es mi zanahoria para animarme a andar. Así, cuando después de 8 ó 12 kilómetros me detengo este primer descanso se convierte en una fiesta, es uno de los momentos más placenteros del día.
Esta mañana cuando llevaba andados 15 kilómetros y en los últimos tres deseando encontrar un lugar donde detenerme, le pregunté a un hombre que estaba junto a la verja de su casa si habría un bar siguiendo el camino. Lo hay, me dijo, pero al cabo de seis kilómetros. ¿Y el más cercano? Tiene usted que dar marcha atrás y subir cien metros. Y lo hice.
Había pasado Portela de Tomel a las ocho menos cuarto de la mañana, llevaba caminados 10 km. y los había hecho a una velocidad alta, a 5 km por hora. Sabía que después del desayuno mi velocidad bajaba a los 4 por hora y siendo una etapa tan larga arrastraría los pies en los dos últimos kilómetros. Así que decidí no detenerme y alargar la hora del desayuno hasta Balugaes unos 5,7 km. más lejos.
Desde Ponte das Tábuas, por donde se cruza el rio Neiva, hasta Bulugaes me encontré con dos o tres bares en los que me hubiera parado de buena gana; pero los evité. Me sentía con fuerzas y preferí retrasar el placer del desayuno. Todavía me quedaban muchos kilómetros por delante. Fue un error, los siguientes tres kilómetros los caminé obsesionado por encontrar un lugar en el que detenerme. Cuando alcancé Bulugaes estaba agotado y para colmo el bar al que me mandó el hombre que estaba apoyado en la verja de su casa, era una taberna de aldea, donde se podía leer el periódico y comprar el pan. Poca oferta tenía: pau com fiambre (Jamón cocido), pau com queijo y pau com chouriço picante o sin picante. Ah! También tenía melindres y aceitunas negras.
Desayuné y seguí para adelante deseando andar lo más aprisa posible los 6,6 km para Vitorino de Piaes pero me paré en la iglesia románica de Sao Martinho y ante una casa en la que habían colocado dos sombrillas sujetas a la reja y a su sombra habían puesto dos cestas. En una había una especie de melindres y en la otra, aceitunas negras y una especie de habas redondas y planas, amarillentas, que te ponen por el sur de tapa en los bares. Y al lado, un tarro de porcelana junto a un cartel en que habían escrito “1 euro” Me cogí la bolsa de seis dulces, dejé el euro en el tarro y me fui comiendo las pastas.
A estas alturas me había dado cuenta de habían desaparecido las encinas del paisaje, se mantenían los alcornoques y aumentaban los carballos y los pinos. El eucalipto era uno más, no monopolizaba los montes como habíamos visto días atrás. Se mantiene el mismo tipo de hórreo, pero de todos los que vi ninguno estaba en buen estado, y a todos les faltaba la base de piedra que había sido sustituida por una de ladrillo.
Pero de todo lo visto a lo largo del camino lo que menos me gustó fue la iglesia de de Aborim, que alguien describió “de quebrada traza” y no se me ocurre otra forma de hacerlo sin decir nada. No sé cómo se estará dentro, pero por fuera parece no tener sentido. Mirad las fotos.
Y lo que más me gustó, un remando en el rio Neiva junto al Puente das Tábuas. Un puente precioso del siglo XII.
Mi segunda parada la hice cuando llevaba caminado algo más de 22 km. En Vitorino dos Piaes. Tampoco había mucha oferta. Me tomé una coca, un agua, un cruasán y un huevo duro. Lo que leéis. Era lo mejor que me ofrecieron. Tampoco tuve suerte en la tercera parada , seis kilómetros más tarde. Ya había como unos diez peregrinos comiendo y quedaba poco. Me comí unas rodajas de merluza fría, que debieron de freír ayer, y una ensalada. Sin tomate, que se había acabado. El postre ya me lo tomé en Ponte de Lima .
Detrás de mi llegaron dos italianas sesentonas, delgadas y elegantes, sin mochila, que parecía que venían de dar un paseo por el campo y no de haber hecho 30 km. Se sentaron a comer en la mesa de al lado y por ellas escondí mis pies descalzos que había puesto en una silla y me disculpé diciéndoles: Hoy vale todo.
Hablamos poco. Me preguntaron que tal estaba mi merluza y le dije que no estaba mal para haberla frito ayer. Se asustaron y solo pidieron una ensalada para las dos.
El último kilómetro lo hice junto a una alemana, fuerte y sólida, que, sin embargo, tenía una voz muy dulce y se reía mucho. Tenía ampollas en los pies y prisa por alcanzar el albergue para conseguir una cama. Pues en la mayoría de los albergues no admiten reservas y las camas se van ocupando atendiendo al orden de llegada. Nos despedimos al llegar al puente, ella tenía que cruzarlo, yo lo cruzaré mañana cuando retome el camino.