Un hombre que estaba sentado en un banco en A Baixa de Ardemil me habló esta tarde. Me dijo que apenas quedaban vacas en los pueblos del alrededor, que había dos o tres casas con unas veinte cada una. El maíz que ahí ve, me dijo, se sulfata dos veces, tras la siembra y a los cinco días después de que haya brotado y ya no se le hace más caso hasta que venga la maquinaria y lo recoja y muela todo. Pero de un ferrado solo se sacan unos 13 kilos. No lo pagan nada. Me senté a su lado para quitarme las arenas que me venían molestando desde hacía cuatro o cinco kilómetros, desde Hospital de Bruma, donde no me quedé porque no había cama en el albergue. Tiene 88 años, su mujer 85, viven de su pensión y tienen en casa unas gallinas y unas ovejas que él fue toda su vida tratante de ovejas que compraba y vendía por las cuatro provincias gallegas. Y las nombró: Coruña, Lugo, Ourense y Pontevedra.
Después me preguntó a dónde iba. A buscar cama, le dije, que en el albergue del Hospital de Bruma no había plaza. Pues va a tener que andar, por lo menos unos cuatro kilómetros más, hasta A Rúa.
Y en A Rúa estoy, descansando que aquí tampoco hay cama. En la casa rural Doña María tienen todas las camas ocupadas. Me queda el albergue de la rectoral de Poulo, en Outeiro, pero me faltan tres o cuatro kilómetros y he preferido descansar una hora u hora y media. Llevo más de 30 km y tengo la planta de los pies dolorida. Ha sido un camino con mucho asfalto. Nada bonito, sin ningún encanto. Solo hay dos tramos en los que te alegra caminarlos, a la entrada de Hospital de Bruma y un poco antes de llegar a A Rúa donde ahora estoy. Es una pena, porque la etapa ha sido muy dura con cuatro o cinco largas subidas de mucha pendiente, sin que te aliviara el paisaje el sufrimiento del esfuerzo.
Pocas cosas me llamaron la atención hoy. La primera, los pocos bares que hay en esta etapa. En los 24 kilómetros solo pasamos por delante de tres. El segundo estaba en Presedo, a 11 kilómetros de Betanzos, y se anunciaba como el bar museo junto a un cartel en el que advertía que el próximo estaba a diez kilómetros. Esa advertencia nos sirvió a muchos para aguantar el lento servicio de la mujer que nos atendía. El bar está adornado con murales y dibujos que reproducen cuadros, dibujos y esculturas existentes en museos e iglesias. Todos son del mismo autor, Alfredo Erias, y de todos se advierte que son dibujos coloreados. No deja de sorprender que se haya realizado semejante esfuerzo para destacar un bar que no tiene competencia.
En el Bar-Museo de Presedo coincidimos todos los que nos vamos encontrando cada jornada en el camino. Casi todos nos reconocemos y nos saludamos, con algunos he cruzado unas palabras y con otros largas parrafadas. El camino inglés es corto, en 5 o 6 días lo acabaremos todos lo que no da tiempo para mucho más que conocernos de vista; pero como en todos los caminos se respira ese clima de buena voluntad que siempre aflora en caminos más largos.
Me sorprendió también la belleza de Hospital de Bruma, una población de muy pocos habitantes. Se llama así porque en esta localidad se levantó en la edad media un hospital para peregrinos, del que ya no queda nada, y seguramente esa fue la razón para que se levantó allí un albergue. En la actualidad, además del albergue, hay dos casas de obra nueva, un restaurante en la única casa de piedra restaurada precisamente para el negocio, una pequeña iglesia con su cementerio abierto, sin cierre alguno que lo separe del entorno, y, por último, un palco, por el que delante pasa la carretera que, en los días de fiesta, se convertirá en el campo de la fiesta y en el que se integrarán también el cementerio y el espacio de delante de la iglesia.
La sorpresa del día la dio un peregrino madrileño que camina con su pareja una chica también de Madrid, con los que ayer estuve hablando un momento en el atrio de la iglesia románica de San Martiño de Tiobre. Me llevaban algo menos de un centenar de metros, acabábamos de pasar el embalse de Beche, y cuando la pareja entró en el paso inferior de la AP-9 el muchacho, aprovechando el eco del pasadizo, se puso a cantar el Ave María de Schubert. El recorrido le dio hasta “Et benedictus fructus fructus fructus ventris” Yo le aplaudí y me sorprendió como resonaban también mis aplausos. Cuando los detuve me di cuenta que otros peregrinos que venían detrás de mi estaban también aplaudiendo, celebrando entusiasmados lo que acabábamos de escuchar.
Mi segunda parada fue en Casa Avelina en el bar-estanco de as Travesas. Un negocio atendido por dos hermanas en el que una de ellas, la que es algo sorda, se desvive porque estemos cómodos y a gusto. A mi me dio un rollo de papel de cocina para que me secara el sudor (tuve que cambiarme la camiseta que traía empapada) y cuando me descalcé vino a ofrecerme unas chanclas. Además de esta atención que resulta tan reconfortante, tiene una carencia muy particular, quiere que cada peregrino se lleve una foto en su móvil en la que salga con ella que mantiene en sus brazos un muestrario de todas las cervezas de Estrella Galicia. Hay gente que se enamora de una marca como puede hacerse fan de un cantante o hincha de un club de futbol.
Van a dar las siete (en Santiago las horas las da la campana de la catedral) y es hora de que me ponga en camino si quiero llegar al albergue antes de que cierre.
El albergue de la rectoral de Poulo está muy bien, excepto el desagüe de la ducha de los hombres, se inunda todo el cuarto de baño. Es un albergue nuevo con capacidad para cuarenta personas. Cuando lo dejé para venirme a cenar eramos tres los que estábamos repartidos por las cuarenta literas, un peregrino de Coruña que se llama Javier, otro de Valencia que se llama Vicente y está tirado en la cama porque le ha cogido el frio después de ducharse, según él, y se ha quedado con un pinzamiento que lo tiene inmovilizado en cama. Me pidió que le llevara un par de huevos con chorizo de la casa rural a donde me vine a cenar. De nuevo, croca con ensalada.
Hoy me he metido una buena paliza. A la dura etapa Betanzos/Hospital de Bruma he tenido que añadirle diez kilómetros más. Algo más de 34 kilómetros en un día caluroso como el de hoy. Así comprenderéis el susto que me llevé al encontrarme en el medio del campo con una exposición como la que podeis ver en las fotos.
Ya pasan de las 9.30 de la noche. Os dejo que a las diez cierran el albergue y no quisiera dormir fuera.