Roncesvalles. Recién llegado intento ponerme al día. Remediar la falta de wifi en el refugio de Orisson. Internet va tan despacio que es imposible no desesperarse. Me pescó la tabernera maldiciendo. Estaba yo solo, ni siquiera estaba la televisión encendida, que eso de hablar con la tele es muy corriente. Le pasa algo? Estoy hablando por Skype, le dije. Como si fuera posible en Roncesvalles.
Había prometido, a mi mismo, que hoy sería modoso, que me abstendría de tonterías después del vendaval que sufrí ahí arriba. Sufrí tanto con el viento que no creí que tuviera humor para ninguna imbecilidad. Pero parece que mi resistencia es infinita. Lo siento por vosotros que tendréis que seguir leyendo las tonterías que se me ocurren mientras le entro a saco a la memoria del día.
No conseguí ni una sola imagen que pudiera transmitiros la fuerza con que soplaba el viento durante largos y penosos nueve kilómetros. Fue brutal. Ni el peso de la mochila, ni el empinado del camino, ni las bajadas, ni la nieve, hielo más bien. Nada me hizo sufrir tanto como el viento. Me castigó mucho, muchísimo. Sin embargo, las fotos son de un día magnífico. Desde las primeras que hice desde el refugio, un poco antes de que nos abrieran la puerta de la cantina-salón-comedor. Te obligan a acostarte tan temprano que te despiertas mucho antes de lo necesario o de lo conveniente. Desde las siete estuve bajando y subiendo desde las habitaciones esperando que pudiera desayunar.
Cuando me puse andar solo dos personas se habían echado al camino, fueron aquellos dos que se sentaban separados, que no hablaban pero a los que unía una pasión por los tatuajes y algo más, como madrugar, pues esta mañana fueron los primeros en abandonar el refugio y eso que yo anduve ligero.
He preferido salir temprano para poder hacer descansos largos, para dividir los 18 kilómetros en varias etapas de cuatro o cinco. Pero no pude hacerlo. El viento no me permitió detenerme mucho.
Al principio fue un paseo, sin dejar de ser un camino cuesta arriba, el desnivel iba oscilando de fuerte a suave y de nuevo a fuerte. Se hacía bien. Fue en el tercer kilómetro.
No había cambiado nada. No es que hubiera dado una curva y me presentara ante un nuevo paisaje, no. De repente me zarandeó el viento y el palo que llevaba para descargar en él el peso en las cuestas arriba, tuve que echarlo a un lado, a mi derecha. Me hubiera caído sin el bordón. Y ya no dejó de soplar durante nueve kilómetros.
Primero me atacó por la izquierda. Venía frío, muy frío. Empecé tapándome el oído con la palma de la mano, pero después puse la mano en la nuca y con el brazo doblado trataba de protegerme el oído y la cara, sobre todo para poder respirar. Cuando venía de frente si habría la boca me inflaba los carrillos y hacía que la saliva me resbalase por la cara. Increíble. Me zarandeó varias veces pero solo me caí una vez. Subía un camino muy empinado y estaba exhausto. También por primera vez en mi vida escupí en horizontal. Escupí y mi saliva se la llevó el viento hacia la izquierda como unos veinte metros. Fue cuando más me lastimaba el viento cuando vi el último caballo pastando libremente. Estaba cerca de una peña grande pero no se protegía parecía no importarle el viento. Será normal aquí que sople tan violentamente. Normal para los caballos salvajes.
Bueno, el camino fue precioso. A pesar del viento y de la nieve. Pues durante los últimos cinco kilómetros antes de llegar al alto de Lepoeder, cuando ya empieza la bajada por las hayedos de Donsimón, tuvimos que caminar sobre la nieve intermitentemente. A veces podíamos hacerlo por el margen que iba quedando al derretirse entre las placas de nieve/hielo y el cierre del bosque de hayas que impedía en ocasiones que rodáramos monte abajo. Era incómodo porque ya estaba semicongelada y había que ir pisando sobre las huellas de los que habían pasado días antes, sino te podías hundir. Solo era incómodo. Lo que no es poco si sopla un viento helado y vienes machacado por la subida, de los 700 metros de altitud en Orisson hasta los 1.430 de Lepoeder.
Sobre unas rocas , a cien metros del camino, vi la virgen de Biakorri, pero no fui capaz ni de hacerle una foto. No podía con el viento. Me pasó como con el último caballo salvaje no tuve fuerzas para detenerme a hacerle la foto.
Mi primera parada fue cinco kilómetros mas adelante de la Virgen de Biakorri, en la Fuente de Roldán. Tampoco paré mucho, lo justo para tomarme unas almendras y algo de chocolate y rellenar la botella de agua. Bueno de llenarla. Vacié el agua mineral que llevaba y la llené de agua de Roldán, para que me diera fuerzas. Ya sabes que justo antes de morir, cuando ya estaba tocado mortalmente lanzó su espada hacia Francia para que no se hicieran con ella ni los gascones ni los sarracenos, que de todo había en aquel ataque.
A lo mejor fue el agua de Roldán lo que me permitió resistir los siguientes cuatro kilómetros sin detenerme. Lo hice un poco después del refugio de Izandorre. Un refugio vital en caso de emergencia. En él hay un sistema de comunicaciones directas con el 112, solo hay que apretar un botón. Eso salvó en enero de hace dos años a cinco peregrinos coreanos. Los sacaron de allí un equipo de bomberos navarros. Entonces se dijo que los coreanos no habían hecho caso a las indicaciones. Es posible.
Esta mañana cuando llegué al albergue de Roncesvalles, la mujer que me atendió me preguntó por donde había venido. Por Orisson, le dije. A pesar de las advertencias? me preguntó. Nadie dijo nada, le respondí. Y le expliqué, el hombre del refugio de Orisson está muy pendiente del camino y nos dijo que estaba franco. Incluso fue él con otro hombre a librar de nieve algunos tramos. Si, ya conozco al de Orisson, no hace falta que me diga nada. Y me acordé del mesonero de Saint Jean de Pied de Port que, sin decir nada, tampoco había hablado bien del de Orisson
Pero la verdad, es que hoy no había peligro, solo la incomodidad de la nieve y del viento.
Bueno muchas veces durante el trayecto me pregunté como iba a pasar aquella americana con sobrepeso con la que había cenado ayer.
Cuando ya no podía más encontré un lugar en un hayedo para sentarme. Estaba sembrado de cagarrutas de cabra pero era lo mejor que había encontrado en los últimos 10 kilómetros y por lo que se podía ver no habría nada mejor en los siguientes cuatro mil metros. Allí me comí el bocadillo que había comprado en el refugio. Un poco de un finísimo jamón en una baguette precongelada. Una miseria, pero me llenó el estómago, al que no tengo contento desde que salí de casa. Sentado en mi área de descanso vi pasar al peregrino milanés que la noche anterior había cenado delante de mi. Venía acompañado de otro, mucho más osado pues se movía ligero e iba en pantalón corto.
En el último tramo, antes de llegar a Roncesvalles, en los cuatro kilómetros cuesta abajo que atraviesan el bosque, el precioso bosque de hayas, de Donsimón, el amigo osado de Luigi me estaba esperando. Me dio un pequeño susto. Pues estaba yo haciendo una foto a una placa grande de nieve sobre la que se divisaba, entre bosques, la torre de la Colegiata de Roncesvalles. Y de repente, asomó el italiano dando gritos, festejando que yo hubiera llegado hasta aquel punto. Muy agotado debía de verme. En un italiano casi incomprensible me contó que era Siciliano pero que trabajaba en Milán pero que desde que había hecho por primera vez el camino, esta era ya la sexta vez que cruzaba los Pirineos, había dejado de ser hincha del Milan para dedicarse a peregrinar. Dios es lo importante, me dijo. Y le dejé hablar. Además de cinco veces el francés había hecho todos los otros caminos, incluso el de Finisterre, “el más bonito de todos”. Y me contó que junto a una uruguaya que conoció en Santiago se había ido a pie hasta Roma y Jerusalen. Y que también había peregrinado, en otra ocasión, hasta Roma desde Canterbury.
Ahora agoto las horas de la tarde en Roncesvalles a donde llegué sobre la una. Roncesvalles es pequeño, muy pequeño. Lo único importante son la Colegiata de Santa María que guarda la imagen de la virgen de Roncesvalles y el claustro, la Iglesia de Santiago, que me pareció tosca, incluso de una factura descuidada, pero que es una capilla gótica del siglo XIII, y – por último, el Silo de Carlomagno, hoy Capilla del espíritu Santo, que es del siglo XII, el siglo en que se le da el gran impulso a las peregrinaciones. No hay nada más en Roncesvalles. Una lástima como veréis en la foto, han permitido que un listillo construyese una hotel al lado. Es increíble. Hay cinco edificios en Roncesvalles, no hay más, y han tenido que ir a edificar al lado del Silo de Carlomagno. Hay que ser brutos, dan ganas de volverse a Saint Jean de Pied de Port. A pesar de la nieve y el viento.