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Camino Francés: Etapa 6 de Puente la Reina a Estella

by labsgrup_pablo

flecha del camino de santiago

flecha del camino de santiago

He comido de muerte en La Cepa, en Estella.   Cuando estaba subiendo la penúltima cuesta del día para alcanzar el albergue en que voy a pasar la noche de hoy, me encontré bajando a un catalán con el que ya había coincidido comiendo bien en El Temple de Pamplona. Dónde vas a comer hoy?, le pregunte. Y me dio un nombre que no me preocupé de memorizar. Subí al albergue, les dije que había reservado una habitación  y les di mi nombre.

Me di una ducha reconstituyente y me enjaboné con un gel de Loewe que me había traído de alguno de los hoteles que frecuentaba cuando era rico, y que por su tamaño era ideal para la mochila. Relajado, limpio y perfumado, bajé decidido a comérmelo todo en el restaurante que me había dicho el catalán. Lo pensé bien y todo lo que fui capaz de concretar es que el nombre me sonaba a palabra conocida y que tenía una “a” o dos. La mujer de la recepción que resultó ser dulce, diligente y encantadora, se esforzó por ayudarme y me fue recitando todas los restaurantes y casas de comida de Estella. Elegí tres y entre los dos decidimos que La Cepa era el que más posibilidades tenía de ser el lugar recomendado por el catalán. No lo era, pero comí como un rey. De los de antes.

Al peregrino catalán lo vi esta mañana, antes de empezar el día, en el comedor del albergue El Puente, a donde los dos bajamos a desayunar. Al verlo pensé: este es el otro señor que ha cogido una habitación para sí solo, que me había dicho la dueña del hostel. Le pregunté como estaba y me dijo que bién, que muy bien, precisó. Y hablamos de la etapa que íbamos a cubrir hoy. Como vi que se la sabía de memoria le pregunté si ya la había hecho antes. Y me dijo que si, que esta era la segunda vez que hacía el Camino. Y qué tal? Fue mi pregunta estúpida. Hombre, me dijo con naturalidad y sin prepotencia, no le hagas esa pregunta a una persona que repite. Tienes razón le reconocí. Yo lo vuelvo a hacer porque me lo he pasado muy bien la primera vez, los lugares son bonitos y la gente, ya ves, es amable y respetuosa. Ya, le respondí sin pronunciarme. Hay un hombre, estuve con él ayer, me dijo, que esta es la 25º ocasión en que va a Santiago. Lo conocí hace dos días, le dije, en Pamplona. (Habíamos coincidido en Casa Ibarrola y me pareció un deportista, que su placer estaba, sobre todo, en batir sus propios records y lo de ir por vigésima quinta vez a Santiago lo era. Estaba muy orgulloso por eso se lo contaba a todo el mundo) Y le conté lo que me había dicho, que sufría mucho haciendo el camino pero que no hay nada en la vida que se recuerde sino te costó dolor. Lo que me había parecido una estupidez, pues así de repente ya se me habían agolpado en la puerta de salida de la memoria un centenar de ocasiones en que había sido feliz, incluso antes de levantarme de cama. Claro que todo esto no se lo dije al catalán que cuando oyó lo del dolor como recurso memotécnico se limitó a decir que él lo hacía por placer y volvió a repetirme lo bien que lo pasaba durante todos los días en que caminaba hacia Santiago.

Albergue de Peregrinos en Santiago y Sarria
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llamador en Cirauqi

No hablamos más. Yo salí antes que él. Empezaba a clarear cuando crucé el puente de La Reina sobre el Arga y torcí hacia Zurrutia, el barrio de las monjas, que le llaman, porque allí existe un convento de las Comendadoras del Espíritu Santo, ya en las afueras de la ciudad. Allí oí cantar al gallo, hasta siete veces le conté, y vi al peregrino más madrugador que yo, un coreano. Me lo dijo él. Le iba a sobrepasar subiendo la primera cuesta que nos separaba de la ribera del Arga cuando me detuvo y me dijo que me diera la vuelta, que me fijara en lo hermosa que venía la mañana. Y tenía razón.   No había salido el sol todavía y quizá por eso, por la ausencia de brillos y de los fuertes contrastes de luces y sombras, estábamos en esos minutos de quietud y calma que precede a la algarabía que produce la salida del sol con la explosión del día.   Estuve a punto de recitarle a Juvenal, Te muestro lo que tu mismo puedes darte, con certeza que la virtud es la única senda para una vida tranquila. Pero resultaría de una pedantería insufrible y, además, cualquiera se lo decía en inglés. Así que prefería preguntarle si era japonés. No, me dijo, coreano.   Y le sonreí. No sabía él que el otro día encontrándome con otros orientales en la salida de Zubiri, por cierto, también muy de mañana cuando todavía era de noche, se me había ocurrido la idiotez de preguntarles si eran Sony o Samsung. A veces controlo mis tonterías, y aquella mañana lo hice. Hoy también.

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Allá va el coreano

El coreano y yo fuimos dándonos el relevo hasta la entrada en Mañeru, el primer pueblo en la jornada de hoy, en el que hubiera valido la pena hacer una parada. Me gustó mucho. Tiene una plaza con un lavadero público restaurado hace poco y en la que hay una casa preciosa. No es la única son muchas las casas que hay en sus pocas calles, porque no es muy grande Mañeru. Pero es hermoso. Los pueblos de Navarra no han sufrido la fiebre del ladrillo. A penas hay edificios nuevos. Son muy escasos. Parece que además de querer conservar los pueblos tal como estaban hace cien años, restaurando la mayoría de las casas, no han tenido necesidad de construir ningún edificio nuevo. Me imagino que Pamplona absorbería la población sobrante. Pero volviendo a Mañeru, además de lo bonito que es, de lo bien conservado que está, me ha hecho sonreír esta mañana . Pasada la plaza del lavadero, se coge la calle Esperanza y de allí, las flechas amarillas te llevan hacia la calle que es salida del pueblo. Se llama la Calle Forzosa. Menudo nombre pensé, pero al poco tiempo le encontré el sentido, es la calle que lleva al cementerio. A donde forzosamente, piensan los de Mañeru, acabarán yendo todos.

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Calle en Mañeru

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Cementerio de Mañeru, al final de la calle Forzosa

De Mañeru a Cirauqui apenas hay dos kilómetros y medio que me pasé buscando la calzada romana, pues recordaba haber leído en algún lugar que por allí había una de las calzadas romanas mejor conservadas. Me equivoqué, estaba a la salida de Cirauqui.

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Camino de Ciruaqui, con el pueblo al fondo

Cirauqui también es un pueblo pequeño en el que vale la pena detenerse. Al contrario que Mañeru es un pueblo en cuesta pero con mucho encanto. El camino te hace entrar en la plaza del ayuntamiento, a donde se accede por una antigua puerta de la ciudad, y para mi sorpresa hay que pasar por un arco debajo del edificio consistorial para seguir hacia Lorca. Es poco después, cuando se deja el pueblo, cuando te encuentras de repente con la calzada romana que en algún momento, debe hacer bastante tiempo, debió de recibir alguna atención pública, pues hay plantados unos cipreses en uno de sus lados. Ahora está lamentablemente abandonada. La calzada da en un puente también de la misma época, que fue reformado en el siglo XVIII para acabar ahora totalmente abandonado.

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La calzada romana a la salida de Cirauqui

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El peregrino catalán cruzando el puente romano reformado en el XVIII

La desilusión esta en Lorca. Al menos me sonaba y, sin embargo, no encontré en él nada que me llamara la atención, salvo que los dos albergues que atienden a los peregrinos están en la misma calle, de cuatro metros de ancho, casi a la salida del pueblo, y uno enfrente del otro. Cuando llegas allí, el hostelero de la derecha sale a la puerta para invitarte a entrar. En el de enfrente, una chica, más recatada, te mira con la esperanza de que te decidas por el suyo.

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Calle principal de Lorca

Yo me decidí por ella. Reconozco que me ha podido mi inclinación sexual. Me pareció más agradable ser atendido por una moza joven que por dos hombres decididos y hábiles para el negocio. Los dos establecimientos anunciaban los mismo, pero el bar de los chicos ofrecía, a diferencia, la tortilla recién hecha. Pero me dio igual, me tomé unas migas. Recién hechas? Le pregunté cuando leí el letrero que las anunciaba a dos euros la media ración. Son de ayer, me dijo, pero están muy buenas. Y le pregunté más tarde, si la tortilla de los de enfrente de verdad estaba recién hecha. Bueno, me dijo, yo estoy sola y ellos son dos. A mi me dejan todo hecho, que yo soy una empleada.   Y dado que estaba a tan solo cuatro metros le pregunté qué tal se llevaba con ellos. Bueno, me respondió, son muy desleales. Y me quedé pensando en que deslealtad podían cometer con ella, pero me lo contó al poco tiempo: salen a la calle a invitar a los peregrinos a que entren en su local, no ves, no ves. Y eso a mi, concluyó compungida, me parece una deslealtad. Y en esto que pasaron una pareja de peregrinos de Valencia a los que había conocido en la pensión del Puente de la Rabia, en Zubiri, y decidí ser desleal con los de enfrente. Eh! Valencianos! Grité. Que era como se llamaba a las personas en el cuartel: Eh! Padrón o Arousa, o Ribeira… Bueno, los nobles también se llaman entre ellos por el gentilicio ¿? de su título: Eh! Cadiz (Duque de…) Alba, Etc, etc, que no se me ocurren mas.

Los de Valencia atendieron mi llamada y les invité a desayunar más por animarme yo que por otra cosa, pues aquella moza tan pusilánime me deprimía mucho.

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La mujer del Albergue de Lorca

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El “desleal” de enfrente

Dejé a la pareja de Valencia desayunando y seguí camino a Villatuerta, un camino más suave que el que había andado hasta el momento, pues cada uno de los pueblos por los que había pasado esta mañana había que alcanzarlos siempre después de una empinadísima cuesta. Fue un camino agradable por el medio del campo, tan agradable que no requiriendo superar ningún esfuerzo ni dolor, mi cabeza dio por evadirse y acabé desorientado en medio de Villatuerta y buscando a algún vecino que supiera decirme por dónde pasaba el Camino de Santiago. Tardé en encontrarlo y cuando lo hice allí estaban los valencianos a los que retraté en lo alto del puente románico que salva las aguas del Iranzu.

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Puente románico de Villatuerta

En Villatuerta no vi nada que me llamara la atención y los cuatro kilómetros y medio hasta Estella los hicimos hablando los valencianos y yo. Por cierto, que como habían decidido irse para Valencia, después de comer, me dejaban la casa que habían alquilado por Air bnb. Se lo agradecí y tomé el número del móvil de la dueña y la dirección de la casa. Pero una vez en Estella preferí el albergue que me meterme yo solo en una casa. En el albergue ya tenía yo mi habitación reservada y por si fuera poco es de cuatro camas. Y para mi solo. Y además, aquí, en el albergue donde esto escribo ahora mismo, estoy en el Camino

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Cirauqui

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Calle en Cirauqui

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Por esta puerta, en Cirauqui, pasa el Camino

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Camino de Cirauqui

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Camino de Cirauqui

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Casa consistorial de Cirauqui

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Iglesia del Santo sepulcro. Estell

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Iglesia del Santo sepulcro

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Estella

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El río Arga en Estella

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Estella

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