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Camino Francés: Etapa 7 de Estella a Torres del Río

by labsgrup_pablo

Entré en la Farmacia de Los Arcos para preguntarle la dirección del mejor podólogo que hubiera en el pueblo porque el dedo, ese que no sabía que tenía, se había empeñado de nuevo en hacerse notar durante todo el camino. Esperé a que atendiera a un anciano que estaba muy enfadado por lo mal que se encontraba en los últimos días, y así que le hubo entregado dos cajas de nolotil inyectable y otra que me pareció de calmantes, le hice la pregunta. La farmacéutica fue escueta: no hay, dijo.

Cuando llegué a la Plaza de Santa María, la que está a la sombra de la iglesia de Arcos, y en donde extienden sus terrazas los dos bares que hay, me encontré al catalán que acababa de tomarse un bocata de tortilla de pimientos y un acuarius. No hay podólogo en Los Arcos, le dije. Y no creyéndome le preguntó a la mujer que atendía la terraza. Un momento, dijo la chica, y a voz en grito le preguntó a unas mujeres que hacían tertulia en la terraza del bar de al lado: ¿Qué día de la semana viene el callista? Viene una vez al mes, respondió una de las mujeres. Como los del circo, le dije yo sin pensarlo.   Cómo? Me dijo la camarera. No, nada, le dije, que viene poco.

Al poco se presentó la mujer que sabía que el podólogo venía una vez al mes y me dijo que había una masajista que a veces hacía de callista, que se podía hablar con ella. Esta mujer no sabía con quién estaba hablando. Es que a lo mejor se necesita un poco de experiencia dije, porque tengo un dedo en muy mal estado, mentí. Ah! Entonces a lo mejor ella no se atreve.   Pero muchas gracias, atajé, creo que lo miraré en Logroño. Y volví a darle las gracias.

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El catalán dejando la Plaza de Santa María. Los Arcos

El catalán siguió su camino y yo pedí otro medio de tortilla de pimientos, para empezar. Acababa de hacer 21 kilómetros con solo un pincho de tortilla y un plátano desde el mediodía de ayer en que había comido en La Cepa. La noche anterior no había cenado y cuando salí esta mañana no vi nada abierto en Estella y, para no hacer demasiadas paradas, me decidí por hacer el primer descanso en “la furgoneta”, que según mis informaciones tenía todo tipo de tentempiés y aparcaba en el medio del campo a 11,2 km de Estella. Tan solo dos más allá de Villamayor de Monjardín por lo que decidí que no me pararía en este pueblo. Pero la información era errónea, estaba seis kilómetros mas lejos. Así que me tiré 15 o 16 kilómetros caminando sin haber cenado ni desayunado. Bueno, tampoco fue un gran esfuerzo, iba sin equipaje. La noche interior había pactado con un tal Toño que, por cinco euros, me acercara la mochila al Hostal San Andrés, en Torres del Río, donde tenía pensado dormir.

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De pie, el holandés, el canadiense sentado junto a los dos descalzos italianos. El de la camiseta blanca es Luigi

En el área de descanso que se montó el de la furgoneta me encontré con dos chilenos que me pareció que me hablaban con acento mejicano, pero no les dije nada. Desde que me quedé sin pilas en el audífono no me fío mucho de lo que oigo. Ya casi soy un experto en desconfiar de lo que escucho.   Es que lo malo de ser sordo no es que escuches más bajo de lo normal, lo que ocurre es que no entiendes lo que te dicen y, además tampoco sabes de donde proceden los ruidos, te parece que todos proceden del lado del oído bueno, que es por donde los escuchas. Hoy mismo, cuando estaba llegando a Sansol, él último pueblo antes de Torres del Río, tuve que echarme precipitadamente a la cuneta asustado por la velocidad a la que se precipitaba una bicicleta por mi espalda. Y resultó ser un arroyo al que me estaba aproximando.

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Yo solo por este camino hasta Los Arcos

También en la terraza de la furgoneta me encontré con un italiano que estaba acompañado de un estadounidense y de un canadiense que ya conocía. Hablamos poco, tan solo de donde sois y de que no es bueno posar la mochila en la hierba, por las chinches. Nada más pero les hice una foto para que vierais lo contentos que estaban.

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Un americano, un italiano y el canadiense, que encontraría después en Los Arcos.

La verdad es que la gente está feliz haciendo el camino, a lo mejor es por el tiempo tan extraordinario que tenemos, o porque los taciturnos y amargados no se les ocurre esta locura de salir a atravesar el norte de España. Mirad a esta chica holandesa que va en bicicleta. Le dije hola y me dijo que mirara el paisaje, lo bonito que estaba. Le dije que si, que estaba precioso y le pedí que posara para hacerle una foto. Después sacó ella una cámara y me pidió que la volviera a fotografiar.

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La holandesa ante los floridos campos de colza

La jornada fue deliciosa. Como siempre, lo más penoso fue alejarse de la ciudad. La salida de Estella no fue tan dura como la de Pamplona, con su campus y urbanizaciones periféricas, pero aun siendo una población pequeña necesitamos unos tres kilómetros para alejarnos de Estella. Menos mal que en ese tramo pasamos por el monasterio de Irache, que más que el monasterio en si, lo que me gustó realmente es el encaje del monasterio en el entorno, al abrigo de Montejurra. A veces pienso que antiguamente se conjugaba la construcción con el paisaje, donde la proporción venía siendo fundamental para que el resultado final fuera aceptable. La vista del monasterio, desde la salida de Estella,  el resultado es espectacular, precioso. Lástima que esté abandonado, como están, ya derruidos, los edificios que cierran la plaza de delante.

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Monasterio de Irache

Desde que pasamos por un tubo bajo  la carretera que creo que va a Logroño, el paisaje empezó a cambiar. En ese segundo tramo, a la izquierda del camino, a muchos kilómetros de distancia podía verse una sierra, como un murallón de tierra, que cerraba el horizonte al final del paisaje. Ni idea del nombre de ese accidente geográfico. Pero lo veréis en las fotos, valdría para rodar Juego de Tronos, sería El Muro.

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En Azqueta, que está 7,4 km de Estella me detuve tan solo unos minutos para una parada técnica. Todavía iba fresco y ya dije que me había fijado como primera parada el kilómetro 11, 3 aunque al final tuve que hacerlo en el 16. La parada técnica me resultó obligada. Los pies me molestaban desde que había salido del albergue y fue en Azqueta cuando me di cuenta que me había puesto los calcetines al revés. Falta de práctica. Algunos de los pares que llevo tienen el calcetín del pié izquierdo diferente al del derecho. Y esa mañana yo no lo había tenido en cuenta. De repente subiendo el pequeño repecho antes de entrar en el pueblo, donde alguien ha preparado la tierra para hacer un pequeño huerto, me vino a la cabeza la imagen, de un verde fosforito, donde yo me colocaba con cuidado el calcetín con la “R”  en el pié izquierdo, donde le había puesto un capuchón de gasa a mi dedo dolorido. No os lo vais a creer, pero al colocar cada calcetín en su lado las molestias del pié derecho desaparecieron y las del izquierdo disminuyeron haciéndose más soportables.  Está claro: para hacer el camino hay que dominar el inglés,  sino no sabes ni colocarte los calcetines.  La R en el derecho y la L en el izquierdo, como sus propias iniciales indican: Right y Left.

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Por las mañanas  cuando estoy caminando, que lo hago durante unas de siete u ocho horas cada día,  a veces pienso en lo que he escrito el día anterior y siempre llego a la conclusión de que borraría la mitad de lo escrito. Y que la otra mitad merecería algo más de reflexión, de corrección y de datos e informaciones que bien podría bajar de internet. Pero cuando me siento a escribir, como ahora – contrareloj y deseando que no se me cuelgue internet y que las fotos suban con la suficiente velocidad-  escribo a vuela pluma todo lo que recuerdo que me ha ido ocurriendo a lo largo de la caminata. A veces, escribir y colgar las fotos me lleva casi cuatro horas. Como ayer, que cuando al fin termine ya habían cerrado la puerta del albergue y todo el mundo estaba metiéndose en cama. Por eso no hablé de Estella, ni lo hice de Pamplona y posiblemente no lo haré de Logroño. Los fines de etapa casi no los visito, no los veo. Y, sin embargo, excepto hoy, son los lugares que más tienen que ver en cada etapa, y de los que más tendría que hablar. En Pamplona solo salí de la calle del Carmen para ir a comer al Temple, que está en el cruce con Mercaderes, y para ir al super de Caprabo. Y en Estella para acercarme a la placita en la que está La Cepa. Lamentable! Debería de cogerme un día de descanso cuando la etapa acaba en una ciudad.

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Dejando Ayegui y la influencia urbana de Estella

Después de Arqueta el paisaje tiene su encanto pero es pasado el pueblo de Villamayor de Monjardín, cuando el camino se aleja de la carretera y cruza espacios con una gran amplitud, cuando yo he disfrutado más.   Porque no solo es el paisaje, es la soledad, es el silencio entrecortado por el canto del cuco anunciando la llegada del buen tiempo.  Es esa sensación de que el mundo se ha hecho para que lo disfrute yo. Y así es  en todo el tiempo que me lleva cruzar estos campos de Navarra.

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Los Arcos es el pueblo grande por el que hemos pasado en este día. Sin embargo, no tiene más de 1.200 habitantes. Tiene la Plaza de Santa María con esas terracitas que lo valen todo.  No hay muchos bares en los pueblos del camino de Navarra, mas bien pocos.  No sé si porque se lo beben todo en Pamplona durante la semana de San Fermín o es que, no teniendo donde hacerlo, se van a Pamplona a bebérselo todo  en esos días.  Pero no he visto ningún bar en los pueblos que atravesamos.  Los Arcos fue la excepción y había solamente dos.  Y el de la terraza en que me senté yo, que no llegaba a los 20 metros cuadrados y era además confitería y panadería.

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Terrazas en la Plaza de Santa María. Lo más bullicioso de Los arcos

Cuando salíamos de Los Arcos desde un altavoz colocado en lo alto de la torre de la iglesia, sonó una melodía instrumental y leyeron una esquela. Un holandés, que se paró a mi lado, me preguntó que decían. Están comunicándole a la población que se ha muerto un vecino por si quieren acompañar a la familia, le traduje. Todo eso en mi inglés. Sabe dios lo que entendió.

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Los chilenos atravesando Los Arcos

Desde Los Arcos a Sansol hay siete kilómetros igual de plácidos que los doce anteriores. Y casi todos ellos los hice en soledad. Por momentos rebasabas a alguien o alguien te pasaba a ti, pero enseguida te encontrabas solo, sin ver a nadie. Solo en el último tramo llevé por delante al holandés que acabó sacándome unos 2 kilómetros de ventaja, y durante ese tiempo solamente nos encontramos  con un chico joven, que se había sentado a descansar y comer algo a la sombra de un árbol, y a un señor mayor que bajaba de un viñedo hasta el camino con una azada en la mano y al que le hablé cuando estaba a punto de subirse a su coche. Qué, de cavar las viñas? Le pregunté. Si, me dijo. Y añadió, señalando la azada, le falta ser eléctrica.

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Samsol está tan solo a un kilómetro de Torres del Río, pero yo no lo sabía.  Está a sus pies.  Desde el atrio de la iglesia se le puede hacer una foto aérea.  Cuando llegué eran ya las tres de la tarde y apenas había gente.  Al principio no vi a nadie.  Estaba ya entre las primeras casas cuando percibí los gritos de un hombre.  Por el tono no me pareció que hubiera bronca más bien me pareció que estaba hablándole a un sordo.  Doblé una esquina  de la primera calle y vi al  hombre que hablaba a voces.  A su lado otro hombre de su misma edad y sentado en el mismo banco parecía  indiferente, como si aquel monólogo no fuera con él. Ni me miraron, me sentí transparente.  Y me detuve a observarles y a ver pasar el tiempo con la sensación de que era el último de Sansol.  La calle era un poco en cuesta y ancha como una pequeña plaza y el único banco, en el que descansaban los dos hombres, estaba junto a una pared alta y grande en la que, en un extremo,  se habría un hueco para carruajes cerrado con un portalón  de madera.  En la esquina contraria a la que yo había doblado, la calle se habría un poco mas, como para hacerle sitio a un caserón noble, como un palacio, que antes de arruinarse había sido la sede del Sindicato Agrario.  Todavía podía leerse en lo alto de su fachada. Por un momento tuve prisa por irme, me pareció inminente que era la última tarde de Sansol.

Espantados mis miedos todavía me enredé por las callejuelas del pueblo y me detuve a hacerle fotos a una casa de color azul, la primera casa pintada, que recuerde, de estos pueblos navarros. También retraté a a unos vecinos con los que me encontré al final del pueblo, junto a la última casa.  Hablaban animadamente y me indicaron el camino para llegar a Torres del Río. Entonces yo creía que estaba mucho más lejos  y no sabía que lo acababa de fotografiar desde lo alto de Sansol, desde delante de la iglesia. Ni tampoco sabía que la primera casa del pueblo con la que me iba a encontrar era precisamente donde me iba a quedar a dormir y en donde estoy ahora poniéndole, al resumen de esta jornada, el punto final.

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Los dos hombres a la entrada de Sansol

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Torres del río desde el atrio de la iglesia de Sansol

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En la del balcón de la izquierda dormiré yo

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La casita pintada de Sansol

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La sede del Sindicato Agrario en la Plaza del Sindicato. Sansol

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La fuente del vino. Una bodega ofrece vino gratis al caminante. Una cámara vigila para que te lo lleves embotellado. a la salida de Estella

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Camino de Ázqueta

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Alejándonos de Villamayor

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